Ha sido un trayecto breve, el de Pablo Casado. Su impaciencia por llegar a La Moncloa con el partido atado en corto le hizo delegar todo el poder organizativo en su secretario general. Y derrapó. El presidente de los populares se despidió ayer en el Congreso sin saber todavía por qué tiene que dimitir. Se ha quedado prácticamente solo pero ignora la causa del cataclismo. Ayer, con Teo García Egea ausente y dimitido, intervino en el hemiciclo donde ha podido demostrar muchas cosas en estos años. Que ha sido un excelente parlamentario, también un dirigente voluble (ni con Vox ni sin Vox han tenido sus males remedio) y que una brillante oratoria y dialéctica es una virtud que no adorna a muchos de los políticos actuales pero que es una condición insuficiente para liderar el primer partido de la oposición con aspiración de gobierno. Estuvo impecable y digno en su último y breve discurso en el Parlamento. Una ceremonia del adiós que a él le habría gustado prolongar hasta la próxima semana. Con su declaración de principios sobre su concepto de la política «el respeto a los adversarios y la entrega a los compañeros» que inmediatamente fue replicada por Cayetana Álvarez de Toledo: la entrega a los compañeros se empieza por el respeto a su presunción de inocencia. Ha sido su propia inseguridad ante el fuerte liderazgo de Isabel Díaz Ayuso la que le ha llevado a Casado a cometer una cadena de errores irreparables. Lo que ha ocurrido en el PP en las últimas horas no ha sido un linchamiento. No ha habido traición sino pérdida de confianza. No le han abandonado por haber querido investigar un presunto caso de corrupción, como alegan ahora desde la izquierda plañidera. No. Han dejado de apoyarle porque le han visto capaz de espiar a Ayuso sin más muestras que un dosier de dudosa procedencia y del que ya ha dicho el fiscal anticorrupción que lo va a estudiar pero que no observa indicios delictivos, en principio. «No es suficiente conocer la verdad, también es necesario hacerla oír», escribía Simone de Beauvoir.
Los incondicionales de Casado se cayeron del caballo el pasado viernes cuando le oyeron acusar a Díaz Ayuso, sin pruebas y a micrófono abierto de la Cope, de haber beneficiado con contratos a su hermano «mientras en España morían 700 personas al día». Los barones quieren cortar ya esta agonía. Tienen que reorganizarse. Les espera el congreso extraordinario. Entronizar a Núñez Feijóo, hombre de consenso con proyección transitoria. Cuando Pedro Sánchez anunció ayer que no adelantaba las elecciones pareció que le estaba haciendo un favor al PP. Pero a él tampoco le interesa un adelanto electoral sin haber sacado partido del gasto de los fondos europeos y sin aprovechar la presidencia de turno de la Unión Europea. Eso sí: ya está preparando el Debate sobre el Estado de la Nación que lleva siete años sin celebrarse. ¿Y todavía se preguntaba ayer Ana Beltrán a qué vienen tantas prisas por relevar a Casado?