LA CHIRIBITA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Para Consuelo, Cristina, Teresa y tantas otras

Después de tantos funerales, la amargura de explicar a una sociedad desentendida su desamparo de troyanas errantes

SON veinte años de soledad, el alma calada bajo la lluvia en tantos funerales, la mirada oblicua de los convecinos en los hoscos pueblos del norte profundo, el miedo de bajar la basura o de ir a jugar con los niños al parque. Y son muchos más años de viudez, de orfandad, de silencio, de ausencias clavadas como puñales, de vidas rotas de madres que perdieron a sus hijos y de hijas que se quedaron sin padres. Los timbres del teléfono de madrugada, el pellizco de zozobra en cada salida a la calle, el aislamiento social en las manifestaciones, el reproche o la desconfianza a su desafío de coraje, la incomprensión frecuente de amigos y hasta familiares. Y todavía hoy el hastío moral de tener que explicarse, la dificultad de resistirse al olvido, la melancolía de peregrinar con su equipaje de dolor por los despachos institucionales, la amargura de justificar ante una sociedad desentendida su letal desamparo de troyanas errantes.

Los veinte años de Covite son, como en las demás asociaciones de víctimas, una historia de sufrimiento pero también de rebeldía contra la preterición, contra la amnesia, contra el desconsuelo. Son una búsqueda de identidad colectiva, un esfuerzo para mantener incólume la memoria de los muertos. Un terco ejercicio de voluntad para sobreponerse al tiempo, para dar un sentido de dignidad y de reparación al sacrificio de los que cayeron en nuestro nombre y pagaron por nuestra libertad el mayor de los precios. Un empeño para evitar que caduque la expiación, que la tragedia prescriba en un vago recuerdo, que la sensación confortable de paz diluya la infamia en un arreglo de conveniencia y acomodamiento. Un designio contra la claudicación, contra el conformismo, contra el desaliento, contra la narrativa relativista que atenúa la esencia totalitaria del proyecto de ETA en beneficio de sus testaferros.

Tuvieron que sobreponerse primero a su propio drama humano, a la quiebra de su universo personal, a su lacerante desgarro. Luego a la complicidad activa o a la indiferencia cobarde de sus conciudadanos. Ahora se enfrentan a la banalización del relato, a la reescritura sesgada y complaciente de un pasado demasiado cercano para edulcorar su brutalidad con emplastos. Ésa es su lucha actual; el enemigo que asesinó a sus deudos no estará del todo derrotado hasta que no quede disipada cualquier presunción retroactiva de apaño. Hasta que vencedores y vencidos no estén separados por un muro social y político palmario. Hasta que el terrorismo vasco no entre en la historia de España con el unánime marchamo, el veredicto éticamente imprescriptible de un holocausto. Hasta que la chiribita de colores que Ibarrola entregó a las fundadoras de Covite como regalo no sea el símbolo verdadero de una flor de justicia brotada de tanta sangre seca sobre el asfalto.