Juan Carlos Girauta-ABC
- La nueva extrema izquierda nos ha cambiado el pueblo, titular de la soberanía, por la gente, titular de la brutalidad y la demagogia
La ministra se ha confundido. Le aconsejaron que exigiera los antecedentes penales a sus candidatos a cargos públicos, y ella lo interpretó sin el artículo determinado. De modo que ahí lo tienes crudo si no has delinquido, y es pan comido si arrastras varios tipos del Código Penal.
No descarto que algún prohombre o promujer podemita acabe conociendo todos los delitos, en todas sus modalidades, y complete el simpático puzzle. Proeza considerada hasta ahora inalcanzable, pero que los espíritus más soñadores vuelven a contemplar desde que Sánchez introdujo asesores de la dictadura venezolana en el Consejo de Ministros. Ojo, enseñarle a Chávez y Maduro cómo reprimir mejor y expropiar más deprisa debe tener premio en el infierno.
Rompo a bostezar y caigo dormido como un lirón cada vez que me topo con las jeremiadas de turno sobre el incumplimiento de no sé qué código ético de Podemos. ¿Código qué? ¿Tenía Casanova un código de castidad? ¿Seguía Vlad Tepes, el Empalador, un código de empatía? No había que ser muy avispado para comprender la naturaleza del decálogo podemita: rígidas normas que hicieran indeseable dedicarse a la política, que fulminaran la presunción de inocencia y que, por supuesto, solo se aplicasen a los demás, a cuantos desgraciados careciesen de pasaporte podemita. En un escamoteo de mago de bar, un truco de esos que solo engañan al que lleva cuatro copas, la nueva extrema izquierda nos ha cambiado el pueblo, titular de la soberanía, por la gente, titular de la brutalidad, la demagogia, la habladuría y la justicia paralela. Perpetrada la sustitución, el poder moral fue suyo, no en vano venían reclamándose los genuinos representantes de eso, la gente. El intento de prostituir las leyes y sentencias tomaba prestada su vileza de los separatistas, irremediablemente enloquecidos. Y de sus medios, esos que algún despistado del PP catalán (DEP) considera merecedores de atención preferente.
Por supuesto, con el neolenguaje y la neomoral venían la neocorrupción y la neoeta. En realidad no engañaban a nadie fuera de los periodistas jóvenes y tiernos, que gustaban de sentarse lánguidos sobre el suelo alfombrado de las salas del Congreso, formando corro en torno a un Che Guevara de todo a cien. Se sentían todos Régis Debray en Bolivia, pero sin mosquitos del dengue.
Al PSOE lo engañaban menos que a nadie, como pude comprobar personalmente en las negociaciones del llamado Pacto del Abrazo. Luego, sabido es, Sánchez se sacudió a todos aquellos negociadores, hasta entonces sus hombres de confianza, y tuvo una ocurrencia: para que creyéramos que estaba acompañado en vez de solo, recurrió a unos extras. Baste decir que en el puesto de Antonio Hernando apareció Adriana Lastra.
Oye, tengo que acabar: siempre habrá demagogos, tiranuelos vocacionales y buscones llamados don Pablos, pero solo se mearán sobre tu cabeza si se lo permite un Sánchez cualquiera.