Reportaje de Florencio Dominguez, EL CORREO 10/11/13
· La colaboración del espionaje de Estados Unidos en la lucha contra ETA ha sido limitada.
· Desde octubre de 2001, al menos dos satélites –uno para interceptar comunicaciones y otro provisto de cámaras de seguimiento– se están utilizando para realizar seguimientos contra militantes vascos». Así de tajante se muestra la dirección de ETA en un documento intervenido por la Policía francesa en 2006.
Los jefes etarras estaban convencidos de que los servicios de espionaje norteamericanos habían puesto sus grandes recursos técnicos al servicio del Gobierno español para luchar contra la banda terrorista. Creían que los satélites de Estados Unidos vigilaban a los miembros de la organización y que la red de escuchas ‘Echelon’ –formada por EE UU, Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda– había orientado sus antenas para controlar conversaciones telefónicas en euskera procedentes de Francia. O sea, para escucharles a ellos. Los miembros de ETA no necesitaron conocer las denuncias de Edward Snowden sobre el alcance global del espionaje estadounidense, ni descubrir que las escuchas de la NSA o de la CIA no respetaban ni a los mandatarios de los países aliados. Ellos daban por hecho hace mucho tiempo que esa gran capacidad tecnológica estaba dirigida a combatir a su organización.
La realidad, sin embargo, es muy distinta a las obsesiones de ETA: la colaboración norteamericana, con la excepción de la ayuda prestada en 1986 en la operación que condujo a la localización del zulo en la empresa Sokoa, de Hendaya, ha sido muy limitada, según coinciden en señalar mandos de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Así como la colaboración en la lucha contra el terrorismo yihadista es estrecha, en el combate contra ETA la participación de Estados Unidos ha sido escasa.
Espiados desde el espacio
La creencia etarra de la implicación de EE UU en la lucha antiterrorista se remonta a 2001 y tiene su origen en las estrechas relaciones políticas mantenidas por el Gobierno de José María Aznar con el entonces presidente norteamericano, Georges W. Bush. Algunas informaciones periodísticas de la época aludieron a la posibilidad de que Estados Unidos pusiera sus medios tecnológicos al servicio de la lucha contra ETA. La banda se lo creyó a pies juntillas. Tanto como para explicar en un documento cómo podían estar siendo espiados desde el espacio. Una vez localizada una casa sospechosa –escribe ETA–, un satélite «hace un control detallado de la casa y sus alrededores. Esto es, fotografías de las personas, los coches que salen y entran, conversaciones, etc». Otro supuesto contemplado era que los satélites vigilaran los movimientos de los automóviles «grabando el camino del coche y las conversaciones internas».
«En los dos casos el seguimiento es indetectable si en los alrededores no hay ninguna persona física», concluía la organización terrorista, que creía que, dado el elevado coste de este tipo de vigilancias, los satélites sólo se utilizarían contra «objetivos preferenciales».
La fijación de ETA con el espionaje de Estados Unidos les llevó a preguntarse si ese país no le habría dado al Gobierno español los «resultados de seguimientos espaciales los meses previos a que Aznar diera el sí a la intervención en Irak», ocurrida en primavera de 2003. En los meses finales de 2002, la banda había perdido a los jefes del aparato militar, Jon Olarra y Ainhoa Múgica, y a Ibón Fernández Iradi, ‘Susper’, con toda su documentación. Le quedaba la duda de si la captura de sus jefes no se habría debido a los satélites americanos.
No sólo creían que estaban bajo el foco de los satélites, sino también monitoreados por la red de escuchas ‘Echelon’. «En nuestro caso, la red Echelon, por defecto, puede estar interviniendo toda conversación o mensaje que se realice en euskara», señalaba un documento de ETA en el que se precisaba que «una conversación telefónica desarrollada en euskara o castellano dentro del territorio del estado francés es seguro que sea intervenida para su posterior análisis».
Nada de esto era realidad. ETA no ha estado nunca en el punto de mira de los Estados Unidos porque la banda no ha atentado contra intereses de ese país y no era considerada como una amenaza directa. En los años 80 eran frecuentes los viajes al País Vasco de representantes del Departamento de Estado que mostraban un interés desproporcionado por las actividades de Iraultza, un grupo de extrema izquierda que colocaba bombas en sedes de empresas norteamericanas y al que los servicios policiales españoles apenas prestaban atención. Algunos interlocutores de los diplomáticos de EE UU de aquella época quedaron sorprendidos al constatar que el interés que mostraban por ETA era infinitamente menor que el que tenían por Iraultza.
Los únicos lugares en los que los destinos de la banda se han cruzado con los intereses de Estados Unidos han sido en América Latina, cuando los etarras se han involucrado en las actividades clandestinas de los grupos locales. Agentes de la CIA grabaron en vídeo en los años 80 a Miguel Ángel Apalategi, ‘Apala’, en El Salvador, donde se dedicaba a instruir a integrantes de la guerrilla centroamericana.
La tapadera
El caso más conocido en el que se registró una implicación directa de agentes de la CIA en una operación contra ETA tuvo lugar en 1986. El pasado martes se cumplieron 27 años del final de aquella operación. Los servicios antiterroristas decidieron preparar una trampa a la organización utilizando como cebo la venta controlada de dos misiles de origen ruso, a los que quitaron la carga explosiva y colocaron una baliza que emitía una señal que se podía seguir a distancia. Esperaban que los misiles fueran entregados al ‘comando Madrid’ y que, siguiendo la señal, capturarían a la célula terrorista más activa de la época. Para la operación se pidió ayuda a la CIA, que proporcionó la baliza y envió a dos de sus agentes a San Sebastián con los equipos técnicos necesarios para detectar la señal que emitía el misil.
Los agentes de la CIA se instalaron durante mes y medio en el cuartel de Intxaurrondo, donde se estableció el puesto de mando de la operación. Vivían en la residencia de la Guardia Civil y realizaban su trabajo desde la comandancia o desde el helicóptero del instituto armado que estaba dedicado en exclusiva para la operación. «Cuando llegaban los jueves podías ver a los dos agentes de la CIA rellenando los boletos de la ‘Primitiva’ como locos», recuerda un oficial de la Guardia Civil que participó en aquella operación.
El general Enrique Rodríguez Galindo, que entonces estaba al mando de Intxaurrondo, recuerda en su libro de memorias ‘Mi vida contra ETA’ que la técnica utilizada para el control de la señal de los misiles «falló estrepitosamente». A pesar de ello, siguiendo la señal se llegó a descubrir el zulo que ETA tenía en la empresa Sokoa, de Hendaya, donde se habían escondido los misiles y se encontraron otras armas y la contabilidad de la banda terrorista. Algún tiempo después, Galindo viajó a la sede de la CIA en Langley y se reunió con los agentes que habían estado en San Sebastián. De su estancia en la capital guipuzcoana los espías recordaban «la paella, el vino de Rioja y haber aprendido a jugar al mus». «En verdad creo que en lo último exageraron un poco», apostilla el general.
De Langley (Virginia) viajaron al País Vasco otros tres agentes de la CIA en 1999. Esta vez venían a petición de la Comisaría General de Información del Cuerpo Nacional de Policía. Eran tres técnicos que traían un equipo especial que había solicitado la Policía Nacional para desarrollar una operación antiterrorista. La comisaría general no tenía ese equipamiento y se lo pidió a la agencia estadounidense, que accedió a facilitárselo. Los tres espías trabajaron durante días para adaptar el equipo a las necesidades de la operación del Cuerpo Nacional de Policía, pero no lo consiguieron. No había manera de que funcionara el equipo tan especializado, según recuerda uno de los agentes españoles que participaba en la operación.
Ante la incapacidad para operar, los tres agentes de la CIA regresaron a Langley, pero dejaron el equipo en el País Vasco en manos de la Policía. Un subinspector del Cuerpo «que no tenía ni idea de inglés» se puso a trabajar entonces con las máquinas y al poco tiempo lograba lo que no habían conseguido los expertos venidos de Estados Unidos: que los aparatos funcionaran.
Estos dos episodios constituyen casos singulares en la colaboración de las agencias norteamericanas con los servicios antiterroristas españoles en la lucha contra ETA.
Archivos cifrados
La principal necesidad de la Policía y la Guardia Civil ha sido lograr desencriptar el material informático intervenido a la banda. Por ello han solicitado apoyo en diversas ocasiones para que expertos de Estados Unidos ayudaran en esa operación, pero estas demandas no han obtenido resultados. Varias veces se enviaron disquetes o discos duros a EE UU que estaban encriptados con el PGP, pero no encontraron respuesta positiva. O los norteamericanos tampoco lograban romper las claves o no querían compartir sus capacidades técnicas con los españoles.
Cuando se ha logrado desencriptar los archivos cifrados de ETA ha sido gracias al trabajo de los propios servicios españoles. En 2008, por ejemplo, el CNI logró abrir con sus propios medios cientos de archivos que fueron encontrados en los ordenadores intervenidos al aparato político de ETA tras la captura en Burdeos de Francisco Javier López Peña, ‘Thierry’. Otros discos duros de la banda guardan todavía sus secretos intactos esperando a que alguien consiga la clave para romper su encriptación.
Reportaje de Florencio Dominguez, EL CORREO 10/11/13