JESÚS PRIETO MENDAZA / Antropólogo y Doctor en estudios Interculturales de la Universidad de DEUSTO, EL CORREO 02/05/14
· Como antes, una parte de nuestra ciudadanía, y de nuestra clase política, sigue debatiendo sobre si es más tolerante el agredido que el agresor.
Vuestros muertos son nuestra alegría. ETA le metió dos tiros en la chola, que se joda, púdrete. Gora ETA, muerte al PP. Lástima que no esté ETA para que seas la nueva Irene Villa…» Estas frases, unidas a la repercusión mediática (de dudosa conveniencia en términos de futura eficacia policial) que ha tenido la denominada ‘operación araña’, no hacen sino poner de manifiesto algo que algunos docentes hemos denunciado durante demasiado tiempo: ETA ya no asesina, cierto, pero el odio inoculado durante décadas permanece latente en demasiados ciudadanos vascos, no necesariamente jóvenes, que han crecido banalizando el horror.
Las alarmas encendidas por los informes del Ararteko, los observatorios de la convivencia o los planes de paz y deslegitimación del terrorismo nunca podrán cambiar la percepción de ese número de personas que han sido en culturizadas en la heterofobía y que han conformado un ‘corpus social’ reconocible que, si bien ya no colabora activamente con el terrorismo, se muestra visceralmente hostil ante la diversidad identitaria e ideológica. Estas actitudes cuentan con el inestimable aliento político de quienes, emulando los tiempos de un tal José María Aznar, despliegan su nacionalismo identitario (aunque lo disfracen de socialismo y progresía) desplegando una ikurriña gigante en su particular territorio donostiarra o de otros que añoran, cual IRA auténtico bajo las confusas siglas de Ibili, los años de plomo.
No es de extrañar, por lo tanto, que ese odio inoculado durante años sea eyaculado ahora adaptado a los tiempos, es decir de acuerdo con las nuevas fórmulas de la comunicación. Así la agresión, el hostigamiento, el insulto o la vejación, que antes eran directas y se plasmaban en una diana o en una pintada (¡Ordóñez jódete!), ahora, en esta sociedad de las postmodernidad líquida, se reproducen en las redes sociales amparadas por dos factores que, sin minimizar su importancia, hemos de tener en cuenta: el primero es el ventajoso espacio de anonimato que permite la propia estructura de un foro en internet; el segundo se refiere a las dificultades y a la ausencia de legislación, que obliga tanto a los cuerpos policiales como a la justicia a un precipitado ‘aggiornamiento’ en temas de ciberdelitos. Uno nos recuerda una actitud: la cobardía. El segundo nos remite a una práctica: la facilidad con la que el mundo afín a la violencia ha aprovechado siempre los resquicios legales para proseguir con la intimidación.
En otro orden de cosas, ha sido interesante también comprobar cómo una vez más, y a pesar de los ‘nuevos tiempos’, han surgido las viejas coartadas (desde los medios afines al nacionalismo democrático hasta la izquierda abertzale en boca de Pernando Barrena) que reivindican la libertad de expresión, confundiendo así un derecho con la conculcación del mismo, en un intento de banalizar de forma implícita la profunda maldad que encierran estas nuevas formas de ciberacoso o de ciberviolencia de baja intensidad de las que se sirven el sexismo, el racismo, el fascismo y toda forma de pensamiento totalitario.
Ante el insulto racista al jugador azulgrana Dani Alves, toda la comunidad deportiva internacional se ha solidarizado con él ridiculizando al imbécil que lanzó la banana. Rápidamente, en un gesto que le honra, el Villarreal ha expulsado del club al mencionado energúmeno de por vida. Los comentarios ofensivos de Donald Sterling, dueño de los Clippers, le han supuesto la inhabilitación definitiva y la expulsión de la NBA. Contrastan estas rápidas reacciones con lo que se ha escuchado, y todavía se escucha, en los campos de fútbol vascos.
Todo parece indicar que no estamos por la tolerancia cero contra los comportamientos violentos, sean estos directos o virtuales, si se ejecutan sobre nuestros contrarios, sobre los ‘otros’. Como antes, una parte de nuestra ciudadanía, y lo que es peor una parte de nuestra clase política, sigue debatiendo sobre si realmente es más tolerante el agredido que el agresor (si éste agrede con el mástil de nuestra bandera), justificando así sin saberlo a veces, la infamia y la ignominia. Entre tanto despiste ha sido gratificante escuchar las palabras de la directora de Atención a las Víctimas, Mónica Hernando, que ha hablado claro y ha dicho de forma contundente que estas acciones no son sino formas de comportamiento repugnantes.
Hacer pedagogía democrática es, como afirma la profesora de la universidad de Deusto Izaskun Sáez de la Fuente, una obligación moral para con las nuevas generaciones. Desde el mundo educativo se necesita trabajar, de forma imperiosa, en una valoración de la diferencia que no se entienda como mera tolerancia pasiva –o como intolerancia light– sino como acción constructora de interconexiones con los distintos, con los diferentes. Nuestros líderes políticos, nuestros deportistas, nuestros actores y actrices, nuestros intelectuales, nuestros cantantes y bertsolaris, nuestros afamados cocineros, nuestros escritores y escritoras… bien podrían hacer algún gesto simbólico contra esta nueva forma de barbarie. Sin embargo, créanme que lo digo desde el dolor, salvo contadas excepciones creo que están a otra cosa.
JESÚS PRIETO MENDAZA / Antropólogo y Doctor en estudios Interculturales de la Universidad de DEUSTO, EL CORREO 02/05/14