José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 29/6/2011
El gallego ha seguido los consejos del vasco Ignacio de Loyola y no ha hecho mudanza en tiempos de turbulencia, llegando a ese terreno en el que la victoria es posible por agotamiento extenuante del adversario.
El quirúrgico discurso de Mariano Rajoy, elaborado sobre el guión argumental de los mítines que precedieron al victorioso 22-M, que sacó de su quicio al usualmente flemático Zapatero después de una intervención deprimida y testamentaria, sentenció la suerte de un debate que ganó de calle el líder conservador. La réplica del presidente, entre iracunda y descontrolada, acreditó que el gallego había hundido la daga dialéctica en la intercostal que compromete las arterias vitales. Un Zapatero herido llegó al patetismo de mostrar como un maestro de escuela unos gráficos ininteligibles para apoyar sus aseveraciones en un espectáculo televisivo -en eso consiste el debate sobre el estado de la Nación, en un gran mitin retransmitido en directo- que requiere lo que Rajoy aportó: énfasis, ironía, retruécanos, metáforas y revoleras oratorias.
Así que la bravura terminal del presidente en una réplica que quiso ser corajuda y terminó resultando alocada, sentenció el debate ante los aplausos benevolentes de una bancada socialista que despidió al líder que ha llevado al PSOE a su peor postración desde hace más de tres décadas. El presidente no entendió ni el momento ni el contexto: debió hacer un discurso político y se aplicó en una intervención aburrida, meramente descriptiva, rutinaria, carente de alma y de ilusión. Hasta el rasgo generoso de asumir una y otra vez la responsabilidad por los errores de la gestión del Gobierno, resultó en Zapatero un tanto grimoso. Más aún que Rajoy le perdonase su comprensible nerviosismo, tornando las cañas de la réplica presidencial en lanzas contra su contrincante.
Era obvio, aplicando una observación por rayos láser de análisis político, que a Zapatero le guillotinarán la legislatura aquellos que le aplaudían. La presión de Rajoy, sostenida e inmisericorde, y la meliflua intervención de Duran Lleida que aseguró que la legislatura está “agotada”, que CiU no apoyará los Presupuestos y su propuesta para un final adelantado y pactado de la era Zapatero, atornilló la impresión generalizada de que el presidente del Gobierno no logró persuadir -no a los contrarios sino a los suyos-de que su mandato dispone aún de algún recorrido. Por eso, desde ayer, Pérez Rubalcaba -al que Rajoy tuvo el acierto de no mencionar ni de forma indirecta, reservándose para cuando acceda a la condición de candidato oficial- tomó la alternativa al entregarle los trastos un Zapatero exhausto que perdió lo que algún señero periodista ha definido como su “impermeabilidad emocional”.
Tan obvia fue el aria final del tenor-presidente en su adiós a la vida política que Rajoy -sin maldad pero con sentido de la estrategia- le deseó lo mejor en lo personal y en lo familiar, certificando así que le remite a León mientras él se encamina a la Moncloa empujado por la ola del 22-M. Porque el presidente del PP, lejos de recoger en su vela el viento del 15-M, como hizo, con ese populismo al que no puede sustraerse Zapatero, se reafirmó en un discurso brioso en su corte y confección, expresado con convicción y duplicando luego con causticidad y cazurrería casi rural. De tal manera que en la segunda réplica, el presidente, percatado de su desmesura en la primera, tascó el freno viniéndose abajo de manera ostensible, entreabriendo la compuerta de unas elecciones que quienes más deseaban eran los aplaudidores diputados del PSOE.
El próximo 9 de julio, en las instalaciones de la Feria de Madrid (IFEMA), Rubalcaba tomará el timón con todas las dudas ya resueltas, esto es, que Zapatero ha caducado, que el tiempo corre en su contra, que debe apearse en marcha de este Gabinete y que Rajoy está hecho de ese extraño material metálico que es una aleación de imperturbabilidad, perseverancia, manejo del calendario y buenos recursos dialécticos. El gallego ha seguido los consejos del vasco Ignacio de Loyola y no ha hecho mudanza en tiempos de turbulencia, llegando a ese terreno en el que la victoria es posible por agotamiento extenuante del adversario y por el hartazgo de los votantes a un trujimán que ha dado de sí cuanto tenía.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 29/6/2011