EL MUNDO – 08/05/16 – LUCÍA MÉNDEZ
· Las elecciones generales del 26-J vuelven a jugarse bajo la dialéctica de derecha-izquierda, un territorio donde la indefinición puede penalizar a los socialistas tras su pacto con Ciudadanos y sus continuas críticas a Podemos.
El 7 de febrero del año 2000, el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, y el coordinador general de IU, Francisco Frutos, presentaron en Madrid, con la banda sonora de la película Novecento, un acuerdo programático para concurrir a las elecciones generales del 12-M. El objetivo era desalojar a José María Aznar de La Moncloa. Por primera vez desde la recuperación de la democracia, la izquierda española concurría unida a unas generales. Sacaron en total 133 escaños. 125 el PSOE y ocho IU. Aznar, mayoría absoluta. Almunia dimitió –con 125 escaños, ojo–, y le sustituyó Zapatero, que durante ocho años dejó a IU en los huesos electorales. El ex presidente capitalizó el voto de toda la izquierda, ése que hoy se ha escapado del PSOE hacia Podemos, como consecuencia de las graves heridas sociales producidas por la crisis económica.
La política española ha cambiado mucho desde aquel acuerdo electoral PSOE-IU. Y en los últimos dos años, ha experimentado un auténtico revolcón. Sin embargo, después de un período en el que la dialéctica partidos viejos-partidos nuevos ha sido la protagonista del debate nacional, las elecciones del 26-J se presentan bajo la misma tensión dialéctica de los últimos siglos: derecha-izquierda, centro-derecha o centro-izquierda. En las elecciones del 20-D, ambos bloques acabaron empatados en las urnas, con un Parlamento prácticamente partido por la mitad. 161 diputados el centro-izquierda, 163 el centro-derecha. Éste ha sido un factor fundamental para explicar la incapacidad de los actores políticos españoles de llegar a un acuerdo.
La España política se ha ido acomodando a esta realidad durante los cuatro meses de interregno entre unas elecciones y otras. Lejos ha quedado la vana esperanza de PP y PSOE de que Ciudadanos y Podemos se fueran desinflando como pompas de jabón. Muy al contrario, ambas formaciones han consolidado su posición electoral. El bipartidismo –un hegemónico partido de derechas y otro de izquierdas– ha sido sustituido por dos formaciones en cada uno de los bloques.
El cansancio y hasta el agotamiento de los partidos es muy visible y coincide con el tedio que se aprecia en los ciudadanos por la repetición de las elecciones. Los actores se han quedado sin ideas nuevas para incorporar a la segunda parte del espectáculo. Mariano Rajoy no es el único al que le cansan los debates.
El entusiasmo de los que hasta hace poco eran políticos nuevos por los debates televisivos ha disminuido hasta el punto de que Sánchez, Iglesias y Rivera se muestran remisos a debatir si no está presente Mariano Rajoy. Rivera e Iglesias no quieren reeditar su exhibición de nueva política, quizá porque ya se han hecho mayores. Y el gran espectáculo que supondría el enfrentamiento Pedro Sánchez-Pablo Iglesias no lo verán nuestros ojos.
Una sola idea nueva se vislumbra en el horizonte de campaña: el desempate. El centro-derecha y el centro-izquierda aspiran a desempatar el 26-J el partido que nadie ganó el 20-D. Como ha dicho Íñigo Errejón, los actores políticos le piden a los españoles que acaben con el empate a través de su voto. El objetivo de los dos bloques es situarse por encima de los 170 escaños, una cifra que, de acuerdo con la aritmética parlamentaria, haría viable un Gobierno de centro-izquierda o uno de centro-derecha. Rajoy no engaña a nadie. La campaña del candidato del PP se centra en recuperar el voto de Ciudadanos, situando a este partido en la izquierda. Aunque su segundo objetivo es completar más de 170 escaños con Ciudadanos. Nadie le discutiría su derecho a gobernar con estos números. Si Rivera pedirá o no su cabeza es un tema menor en este momento para el PP. En su momento, ya veremos.
Mientras que el bloque de centro-derecha se aprecia de forma nítida y concreta, el de centro-izquierda aparece más fragmentado y desdibujado. Con su voluntad de concurrir al 26-J en alianza con IU, Podemos abandona –al menos en parte– la idea de partido atrapalotodo y apuesta claramente por apelar al voto de los españoles de izquierdas. Toma así el relevo de aquel PSOE de hace 16 años. Hay que recordar que los socialistas fueron quienes acuñaron la idea de la «casa común» de la izquierda. Idea muy grata en su momento incluso para Felipe González, ahora líder del activismo anti-Podemos.
El interrogante principal de las elecciones del 26-J es qué papel juega el PSOE en esta tensión política derecha-izquierda. Los socialistas aparecen en la mitad del tablero, debatiéndose entre el centro y la izquierda. El pacto con Ciudadanos les sitúa en terreno de nadie. La intelectualidad orgánica del PSOE –o lo poco que queda de ella– apuesta por el centro, a pesar de que la hemorragia de votos procede de la izquierda. Los barones autonómicos gobiernan con el apoyo de Podemos. La dirección federal encabezada por Pedro Sánchez acusa a Pablo Iglesias de viejo comunista por su alianza con IU. Los socialistas aspiran a que los votantes de Podemos se divorcien de Iglesias. Os habéis enamorado de un chulo de barrio, vienen a decirles. A pesar de la caída en intención de voto pronosticada por el CIS y otros sondeos, Podemos sigue siendo una amenaza muy potente.
El PSOE entero contiene el aliento ante el 27-J. Cualquier escenario que se les ocurre es malo. Ningún dirigente considera verosímil mejorar los resultados del 20-D. La peor de las hipótesis sería una combinación de dos factores: que Podemos saque más escaños y que la izquierda sume más de 170 diputados. En ese caso, el PSOE tendría que elegir entre formar Gobierno con Podemos e IU o permitir que Rajoy siga en La Moncloa. Un escenario que pone los pelos de punta a cualquier socialista. La segunda peor hipótesis para el PSOE, que no para Pedro Sánchez, es que los socialistas mantengan su representación y Podemos e IU completen la mayoría suficiente. Entonces –nadie lo pone en duda– Pedro Sánchez podría hacer lo que no le permitieron después del 20-D: un Gobierno de izquierdas con Iglesias y Garzón, presidido por él. Y a ver qué hacen sus críticos.
EL MUNDO – 08/05/16 – LUCÍA MÉNDEZ