LIBERTAD DIGITAL 04/02/16
Hace un par de meses se recordó en este mismo periódico la oposición del ideólogo podemita Juan Carlos Monedero a la aspiraciones autonomistas:
La historia muestra con sobrada elocuencia las terribles consecuencias que en todos los terrenos han tenido para la humanidad los procesos divisionistas y separatistas inducidos y respaldados por poderosos intereses foráneos.
(…) Rechazamos el Estatuto autonómico por su carácter inconstitucional y por atentar contra la unidad de la nación.
Sabias palabras, sin duda. La pena es que se trate del documento titulado «Denunciemos la conspiración para dividir Bolivia» y que la región a cuyas aspiraciones autonomistas se oponían Monedero y los demás firmantes fuese la próspera Santa Cruz.
Semejantes palabras son válidas cuando se trata de Bolivia o de cualquier otro país, pero la izquierda española en bloque las tomaría por herejía si se refiriesen a España, la nación «discutida y discutible». Por eso José Bono llegó a declarar su deseo de que algún día se eligiera un presidente del PSOE «al que no le dé vergüenza gritar ‘¡Viva España!’«. El que los dirigentes de un partido sientan rechazo por la nación que aspiran a gobernar es una enfermedad mental solamente sufrida por la izquierda española. Intentemos explicárselo a cualquier otro partido socialista de cualquier otro país del mundo y creerán que les estamos contando un chiste.
La patología hunde sus raíces en la necia asunción de la Leyenda Negra por parte del pensamiento progresista español desde tiempos decimonónicos. Lejos de haberse apagado, sus efectos siguen muy vivos y demuestran que la repugnacia hacia España es lo que más íntima e indestructiblemente vincula a la izquierda española con los separatistas de cualquier región. Un ejemplo muy reciente han sido las declaraciones condenatorias del Día de la Hispanidad pronunciadas por varios dirigentes podemitas y otros opinadores izquierdistas reproduciendo los mismos tópicos que los separatistas vascos y catalanes repiten desde hace décadas cada 12 de octubre. Ada Colau, alcaldesa de Barcelona: «Vergüenza de Estado el que celebra un genocidio». Kichi, alcalde de Cádiz: «Nunca descubrimos América, masacramos y sometimos un continente y sus culturas en nombre de Dios. Nada que celebrar». Teresa Rodríguez, diputada andaluza: “Yo creo que la fiesta nacional debería recordar la liberación propia y no la esclavitud de otro”. Willy Toledo, actor laxante: “Me cago en el 12 de octubre. Me cago en la fiesta nacional. Me cago en la monarquía y sus monarcas. Me cago en el descubrimiento. Me defeco en los conquistadores codiciosos y asesinos. Me cago en la conquista genocida de América. Me cago en la Virgen del Pilar y me cago en todo lo que se menea. Nada que celebrar. Mucho que defecar”.
A los complejos negrolegendarios se añadió, ya en el siglo XX, la identificación de España con el franquismo, suprema estupidez que impide comprender a la izquierda española que cualquier nación es anterior, superior, diferente e independiente de no importa qué regimen político existente en no importa qué momento histórico. El asunto es facilísimo de comprender para cualquiera en este planeta menos para los dirigentes izquierdistas españoles, en cualquiera de sus variantes. El último ejemplo lo ha dado Pablo Iglesias al declarar que, debido a la Guerra Civil, acontecimiento histórico sucedido cuarenta años antes de que él naciera, «yo no puedo decir ‘España'».
Así pues, debido a una letal combinación de analfabetismo y mentecatez, para la izquierda española todo lo que tenga que ver con España y con su recorrido histórico es reaccionario y malo (el ejemplo más claro, el cristianismo), y por eso debe ser eliminado; y todo lo que haya sido contrario a ella es progresista y bueno (el ejemplo más claro, el islamismo), y por eso debe ser promovido. El esquema es sencillísimo y se aplica a cualquier otro episodio histórico. ¿Don Julián (recuerden a Goytisolo)?: bueno. ¿Don Pelayo?: malo. ¿La invasión musulmana?: buena. ¿La Reconquista?: mala. ¿La unificación de reinos de los Reyes Católicos?: mala. ¿La conquista de América?: mala. ¿La Leyenda Negra?: buena. ¿La Contrarreforma?: mala. ¿La invasión napoleónica?: buena. ¿La Guerra de la Independencia?: mala. ¿ETA?: buena. Etcétera.
Con estos mimbres, a nadie debería extrañar la multitud de socios separatistas que le han salido a Podemosen Cataluña, Galicia, Valencia y País Vasco, los cientos de miles de votos prestados –con intereses– desde los partidos separatistas tradicionales y las cursiladas como ese Ministerio de la Plurinacionalidad que pretenden incrustarnos en el caso de alcanzar el gobierno.
Tantas protestas, tantos eslóganes, tantas asambleas, tantas manifestaciones, tantas acampadas, tantos debates, tanta verborrea… Tanta igualdad, tanta fraternidad, tanta denuncia de la casta, tanta solidaridad, tanta reforma, tanta justicia… para acabar de mamporreros de los separatistas.
Tomen nota, por lo tanto, quienes hayan votado a Podemos movidos por su deseo de regeneración política o de revolución social. Sus votos no se van a emplear para gobernar mejor España, sino para desguazarla.
¿Están de acuerdo con ello?