Fernando Navarro-El Español
- Media España tiene la fundada impresión de haber sido víctima de un gigantesco timo, el de la moción de censura.
Cuando, el pasado mes de noviembre, Víctor de Aldama comenzó a cantar y a revelar una red de corrupción que apuntaba a la Moncloa, los socios del Gobierno reaccionaron con bastante prudencia.
La vicepresidenta Yolanda Díaz afirmó que Aldama tenía «escasa credibilidad» («y lo dejo ahí», añadió de forma torera).
Ernest Urtasun, portavoz de Sumar, también puso en duda las revelaciones y añadió que «este país tiene cierta fatiga de la corrupción, pero no por el ‘caso Koldo’, sino por todo lo que llevamos arrastrando en las últimas décadas».
Se refería, claro, a la corrupción de la derecha, que es la que realmente importa, y por eso añadió «este país merece que estas cosas queden atrás». Y que ellos sigan gobernando, claro.
Por su parte, el estadista Aitor Esteban no dirigió sus reproches al Gobierno, sino a la oposición, por no esperar ni un día para «dar credibilidad a un delincuente confeso», pero avisó a Sánchez de que debía actuar «con absoluta transparencia ante las acusaciones y circunstancias que rodean a su formación».
Entretanto, Gabriel Rufián dijo, muy solemne, que ante la corrupción «no nos va a temblar el pulso para que no duren ni un segundo más».
Se refería a una eventual retirada de su apoyo al Gobierno, pero esto no hay que tomarlo de forma literal: también aseguró, en 2015, que sólo estaría dieciocho meses en su escaño en el Congreso y luego regresaría a una república catalana. Con Rufián el tiempo transcurre de manera más enrevesada que en Interstellar: dieciocho meses en su cabeza pueden durar diez años en el exterior, un segundo vaya usted a saber, y sólo cabe esperar no encontrarlo algún día detrás de la librería, vestido de astronauta y tirando libros.
Desde luego, el asunto Aldama no era menor. Recordemos que Sánchez y sus socios llegaron al poder tras una moción de censura, amparada en una supuesta corrupción del gobierno, y con la regeneración como principal bandera.
Puesto que supondría un torpedo en su línea de flotación, una simple sombra de corrupción en el gobierno tendría que haberlos preocupado profundamente.
¿Una sombra? Las grabaciones de Leire Díez, la imprudente fontanera del PSOE, han mostrado unas maneras de actuar propias de una organización mafiosa. Javier Pérez Dolset, también en funciones de lampista, acaba de precisar un poco más cómo son estas: «Esto es Pedro Sánchez directamente con Cerdán y directamente con Leire. Y además hay muy poca gente adicional que tenga la información. Y así va a seguir».
Ante todo esto ¿qué dicen ahora los socios de Gobierno?
El miércoles, la vicepresidenta Yolanda Díaz se manifestó de forma implacable en la sesión de control: «Mal que les pese, este gobierno de coalición es el más estable de Europa».
¿Y la lucha contra la corrupción?
¿Y la regeneración?
¿Qué tienen los socios del Gobierno que decir de Ábalos, Jésica, Miss Asturias, Koldo, Santos Cerdán, el hermano de Sánchez, Begoña Gómez, el Fiscal General, el rescate de Air Europa, el narco libanés, el aforado volador, los ochenta y cuatro enchufados de la Faffe, el ataque a la prensa, el intento de control del judicial, Cándido, Leire, las maniobras mafiosas contra la UCO y el vídeo sexual contra un fiscal?
De nuevo, Yolanda Díaz decidió tomar el toro por los cuernos.
«Estoy de acuerdo con ustedes en que los españoles tienen derecho a conocer la verdad. ¿Nos pueden decir hoy quién es Mariano ‘punto’ Rajoy?».
Si la respuesta de los paladines contra la corrupción y campeones de la regeneración es invocar a un señor que lleva siete años en su plaza de registrador, no parece que haya muchas esperanzas.
Pero, en realidad, Yolanda Díaz tiene razón. Porque hay tres potentes fuerzas que mantienen fuertemente cohesionada la coalición «progresista».
La primera la constituyen los sueldos de los progresistas. El progreso bien entendido empieza por uno mismo, y no se trata de ponerlo en riesgo con quijotadas.
Dicho de otro modo, estamos ante la cuadrilla de jetas más estable de Europa.
Pero (y esta es la segunda fuerza) están provistos de una gran tranquilidad moral que Rita Maestre formuló con total tranquilidad hace unos días: «Por supuesto que somos moralmente superiores a la derecha».
Este convencimiento produce un curioso efecto. Cuanto más se intensifica el olor a podredumbre en el Gobierno, más tienen que odiar a la derecha. Y así, de forma circular, se confirma su creencia en que cualquier cosa, incluidas la corrupción y las prácticas mafiosas, es preferible a que gobiernen los otros.
La tercera fuerza cohesionadora deriva de los respectivos proyectos políticos. A los socios de Sánchez, el desmoronamiento de España les va bien.
Y a Sánchez le da igual todo.
Sánchez solo tiene un proyecto político, mantenerse en el poder, y eso convierte la legislatura en una sangría permanente de claudicaciones, dádivas y extracciones diversas por unos socios-sanguijuela.
Es difícil renunciar a ese chollo, y en todo caso ¿qué importancia puede tener regenerar un país que se pretende debilitar y, en definitiva, fragmentar?
El resumen es que media España padece una coalición indisoluble (la más estable de Europa) de corruptos, jetas y pelmazos morales, que erosionan España con la nariz alzada y el dedito levantado.
Media España tiene la fundada impresión de haber sido víctima de un gigantesco timo, el de la moción de censura. De haber participado de buena fe en un juego en el que ahora han subvertido las reglas los que pretenden quedarse con el tablero. Y así estamos.