JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 28/07/13
· Tendrán que explicar por qué una precaria suma de minorías es democráticamente más sana que la presencia de mayorías articuladas.
El pasado 17 de julio tuvo lugar uno de los acontecimientos políticos más relevantes en lo que llevamos de legislatura. Toda la oposición, con la excepción de UPyD y la ostensible inclusión de Amaiur, firmaba un compromiso de derogación inmediata de la reforma educativa para cuando puedan hacerlo, es decir cuando gobiernen. Poco después, el secretario general del Partido Socialista aprovechaba su visita al presidente de la Comunidad Canaria para explicar que los que habían suscrito ese compromiso eran la futura mayoría de gobierno. Era el propio Alfredo Pérez Rubalcaba el que explicaba el sentido real de ese acuerdo y la proyección de futuro que los socialistas le atribuyen. No se trata de una especulación ni de una conjetura. Ha sido algo más que una declaración de intenciones. Es un firme compromiso político.
Es curioso que haya sido ‘The Economist’ el que primero se haya fijado en lo que supone para nuestro país la perspectiva de una mayoría integrada por nacionalismos extractivos e independentistas, abertzales apenas blanqueados que se niegan a condenar a ETA, izquierda extrema con un pie dentro y otro fuera del sistema y un Partido Socialista acomplejado frente a todos ellos, y reducido a un ‘primus inter pares’ en esa suma heterogénea de minorías que busca reunir. Esto es lo que el semanario británico, entre lo grotesco y lo despectivo, denominaba ‘paella coalition’, anticipando lo que podría ser el escenario político español si el Partido Popular pierde la mayoría absoluta en las próximas elecciones generales o se queda a una distancia de esa mayoría que resulte imposible de franquear con pactos asequibles.
Esa paella con tropezones tan indigestos nos haría pasar de la gobernabilidad asegurada mediante una mayoría parlamentaria más que suficiente, como la que actualmente apoya al Gobierno, a una situación que no es difícil de imaginar. No es difícil imaginar cómo quedarían los problemas económicos, territoriales e institucionales que el país tiene que abordar una vez pasados por las políticas que esta ‘coalición’ aplicaría, con intérpretes tan improbables del interés general de España como Amaiur y Esquerra Republicana de Catalunya.
Los que se muestran tan preocupados por el supuesto bipartidismo que dicen que padecemos tendrían un motivo insuperable para alegrarse, porque éste sería el gran salto que parecen anhelar hacia un modelo presuntamente más representativo. Es verdad que, llegado el caso, tendrán que explicar por qué una precaria suma de minorías es democráticamente más sana que la presencia de mayorías articuladas, que además de ser ampliamente representativas, permiten las fórmulas más estables y eficaces de gobernabilidad. Será difícil justificarlo porque, en contra de lo que algunos quieren hacer creer, una de las cuestiones decisivas que nos esperan en las próximas elecciones generales no es la de acabar con el bipartidismo sino enfrentarnos al hecho de que tal bipartidismo, en realidad, no existe por el colapso de su pilar izquierdo, y eso tiene consecuencias. Por ejemplo, hasta donde hoy podemos prever, la disyuntiva entre un partido de ámbito nacional que articula todo un espacio político como el centro-derecha o un imprevisible agregado de minorías en precaria confluencia de intereses. En esta situación tiene mucho que ver el deterioro del Partido Socialista y su doble quiebra, territorial e ideológica, que los votantes parecen percibir con mucha más claridad que sus dirigentes, según indican todos los sondeos, y a pesar del intenso desgaste a que está sometido el gobierno del Partido Popular.
La radicalización de los socialistas, más allá de las posiciones de su secretario general, es un recurso conocido para enmascarar los males que, por cierto, lejos de mejorar se agravarían con algunos de los candidatos que se barajan para una eventual sustitución de Rubalcaba. Tal vez habría que recordar una imagen tomada de la astronomía que González manejó hace muchos años –era entonces líder del PSOE y presidente– al advertir a los suyos que cuando las estrellas se encuentran en proceso de extinción les ocurre lo que los científicos denominan ‘el deslizamiento hacia el rojo’, es decir experimentan un fenómeno de enfriamiento que cambia su color anticipando su final.
Sin embargo, este ‘deslizamiento hacia el rojo’ y la visibilidad cada vez mayor que puede tener la ‘paella coalition’ no debería ser vista por el PP como el remedio infalible que asegure por sí mismo la continuidad de su ciclo de gobierno. La alternativa a la vista sin duda revaloriza el papel del PP como elemento central de estabilidad del sistema. Pero al mismo tiempo –y por esa misma razón– le obliga de manera aun más perentoria a sustanciar adecuadamente el abrumador mandato electoral que recibió en 2011. La volatilidad y la desafección del electorado, la desmovilización que provoca la creencia extendida de que «todos los políticos son iguales», ya no garantizan que los votantes responderán en número suficiente a los estímulos tradicionales, ya sean estos el miedo o la apelación a la identidad de partido. La legislatura tiene todavía recorrido para que arraigue con firmeza la recuperación económica que se perfila. Y tiene también margen para afrontar los problemas políticos e institucionales que, con toda seguridad, van a reclamar atención creciente del Gobierno. Lo que el PP tiene enfrente ahora es disperso e inquietante. En eso, y en su propia fuerza, radica la oportunidad y la responsabilidad que el Gobierno tiene ante sí para llevar a buen término su agenda reformista y atraer a los ciudadanos con un relato que sea tan exigente en el rigor como convincente en la confianza.
JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 28/07/13