SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Entre las muchas lisuras que Pedro ha ido derramando a su paso por el continente americano, están sus rectificaciones. Un suponer, la resignificación del Valle de los Caídos. Ya no quiere convertirlo en centro de memoria, sino en un cementerio civil, lo que supone, creo yo, una desacralización de la basílica. En un solo golpe se ha cargado el franquismo y el concordato. Y con 84 escaños, qué tío.

Y sus meteduras de pata, por ejemplo la de Chile: «Me hice socialista cuando vi como asesinaban a Salvador Allende». Allende se suicidó un 11 de septiembre, cuando Pedro tenía 18 meses y medio. Pero sería una muestra de intransigencia reprochar esta ucronía al tipo que llamó a Soria «ciudad natal de Antonio Machado».

Hemos visto más casos. Ana Pastor escribió una necrológica de Nelson Mandela. Ella, que tenía confianza, lo llamaba Madiba. Y en este diario que tienen ustedes en las manos (o en la tablet) contó que sintió crecer el gusanillo del periodismo cuando tenía 13 años y vio en la tele la rueda de prensa de Mandela en casa de Desmond Tutu el 11 de febrero de 1990, por las grandes preguntas que le hacían los 200 periodistas acreditados y las grandes respuestas que daba el recién excarcelado Mandela. Seguramente Ana Pastor ha visto imágenes de aquella comparecencia en los archivos de las cadenas de TV en las que ha trabajado. Pero ninguna de ellas retransmitió en directo la rueda de prensa de Mandela.

Orwell dice en Notas sobre el nacionalismo que «todo nacionalista (y toda nuestra izquierda lo es en sentido orwelliano) acaricia la idea de que el pasado puede alterarse. Pasa la mayor parte del tiempo en un mundo fantástico en el que las cosas suceden como deberían haber sucedido (…) y no duda en transferir fragmentos de su mundo a los libros de historia». Eso es lo que está detrás de todo este disparate de la exhumación del dictador para ganarle la guerra con efecto retroactivo, de ese invento de crear una Comisión de la Verdad para que un comité redacte lo que pasó en la guerra y la dictadura en dos años, que es lo que le llevó a Pedro perpetrar una tesis que no se atreve a enseñar. Orwell llamó Mininver al Ministerio de la Verdad de su Oceanía, pero debería tener en cuenta, Pedro, que era en plan sarcástico; una coña, vamos, para que mejor lo entiendas.

Sánchez y los suyos (queridos Borrell y Marlaska, ¿no se avergüenzan de la compañía?) creen que la guerra y la dictadura no se han explicado lo suficiente a los españoles. Mi admirado Fusi deshacía la estupidez en una entrevista publicada por ABC el 10 de abril de 2005: «Yo sostengo lo contrario, que la guerra civil ha dejado una huella permanente e indeleble en la conciencia de los españoles». Y daba datos: desde la muerte de Franco se han publicado 20.000 libros sobre la guerra civil y la dictadura. En 1986, cincuentenario de la guerra, se hicieron incontables congresos sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo. TVE, y no la de Merimée ni la de Rosa Mari de Luxe, compró una serie de la BBC y produjo una de 30 capítulos coordinada por Manuel Tuñón de Lara. ¿Y las víctimas del franquismo? Recurramos de nuevo a los hechos. El Gobierno Zapatero elaboró un informe interdepartamental sobre las ayudas a las víctimas de la guerra y la dictadura. Gonzalo López Alba dio cuenta de ello en ABC el 1 de agosto de 2006: 16.000 millones de euros en ayudas y pensiones para las víctimas.

Para que los golpistas catalanes le ayuden a sacar adelante este dislate, Pedro deberá anular los juicios sumarísimos del franquismo, el que condenó a muerte a Companys, por ejemplo. No se ve la necesidad. Lo menos indigno de la biografía de Companys fue seguramente su fusilamiento. Mucho menos que los 8.129 ejecutados durante su mandato y bajo su responsabilidad en la guerra en Cataluña. «Un bel morir tutta la vita onora» escribió Petrarca. Me precio de mi amistad con una persona condenada a muerte en el sumarísimo 31/69, también llamado proceso de Burgos. Teo Uriarte jamás pediría que anularan aquella sentencia, que consideraba más infamante para la dictadura que para él. A Companys le da igual porque a él no lo indultaron y detrás de esta petición se malesconde una actitud reverencial hacia la justicia franquista. A Grimau y a los anarquistas Delgado Martínez y Granado Gata les quitaron en 1963 lo más importante que tenían, la vida, pero no el honor. En aquellos dos infames consejos de guerra fueron sus miembros los que quedaron deshonrados en ellos. Por poner ejemplos.