Arcadi Espada-El Mundo
ENTRE las recurrencias más irritantes del nacionalismo está la exigencia de una solución para que Cataluña se sienta cómoda. En cuanto la oigo pido que le traigan un sofá. Hay pocas frases que retraten de modo tan fiel el capricho inicuo del nacionalismo. ¡Cómoda! Socorran a la princesa del guisante. Solo una gente que ha hecho de la cursilería su medio de vida es capaz de haber reducido a semejantes palabras su reivindicación política. Y sólo un narcisismo adolescente puede obviar que la más manifiesta incomodidad de la vida española en los últimos años proviene de Cataluña. Perfectamente estéril, además. Los incómodos, a veces, hacen avanzar la vida. Aportan a la discusión intelectual o a la organización social el punto de vista del que va río arriba. Pero la incomodidad que ha traído el nacionalismo la define una de las frases preferidas de aquel cínico que se llamó Jordi Pujol: la incomodidad del pal a les rodes. El formidable progreso de España se ha producido a pesar del nacionalismo. Y también en Cataluña. ¿Que es la Caixa a las finanzas? ¿Planeta a los libros? ¿Freixenet al vino y Agbar al agua? Todas se largan. Hasta el infame Barça independentista acabará haciéndolo para disputar la Liga española aunque sea como un ectoplasma. Y lo más importante y doloroso: esas empresas han aprovechado la oportunidad. Porque una gran parte de las más de mil que han abandonado Cataluña estaban deseando hacerlo desde hace tiempo. La política nacionalista les incomodaba. En el pasado, cuando las autonomías aún disponían de algún dinero, la asfixia lugareña pudo tener sus compensaciones. Ya no. Y la prueba es que, como pasó en Canadá, muchas de ellas anuncian que no volverán. ¿Cómo es posible que en esta desertización alguien siga recurriendo al pantuflo mantra del sofá? ¿Cómo es posible tanta indignidad moral y tanta indigencia política? ¿Se marcharon o hicieron ademán de hacerlo las empresas cuando en Cataluña, aun con la corrupción de fábrica del nacionalismo, los asuntos se regían por un cierto sentido común? Pero ahora sí. Ahora hay que buscar una solución para que Cataluña se sienta cómoda. Ahora hay que crear las circunstancias de legalidad y confort democrático para que, al menos, algunas de esas empresas puedan volver.
Pero, sobre todo, hay que tratar de que la comodidad alcance a la mayoría de los ciudadanos catalanes. Es decir, a todos aquellos que en los últimos cinco años de ignominia se han sentido incómodos, avergonzados y extranjeros.
O sea que póngase de inmediato la comisión de reforma constitucional al trabajo.