Donald Tusk es improbable dirigente polaco al que hemos visto estos días compartir la risa caballar de Pedro Sánchez, que parece Fernandel, y con Pablo Casado, sin acabar de darse cuenta de que ambas fotos eran incompatibles. El líder del PPE, Manfred Weber declaraba el jueves que: «No necesitamos lecciones de un presidente del Gobierno que gobierna con la extrema izquierda y los separatistas. El PP es la alternativa creíble a la izquierda en España. ¡Feijoó tiene todo nuestro apoyo!»
No sé si este nuevo PP que va a dirigir Alberto Núñez Feijoó es una alternativa creíble al PSOE y a toda la patulea que le acompaña, pero el intento de devolver a Sánchez a la oposición merece consideración y respeto. No es solo por la vileza del secretario general, su psicopatía y su empecinamiento en la mentira. Él ha contagiado ya a todo su partido. La invocación a los socialistas del antiguo testamento es un ejercicio tan inútil como huero. No los hay, todos están contagiados por el líder. ¿También Felipe? me pregunto yo mismo que arrastré entre mis amigos cierta fama de felipista melancólico. También. Felipe se ha convertido en ‘El retrato de Dorian Gray’, basta ver la entrevista o así que le hizo Évole, en la que se empleó contra Isabel Díaz Ayuso: “Solo me imagino cómo sería su opinión, participación o decisión en uno de estos consejos de la OTAN o consejos europeos de la crisis de Ucrania. Y me cuesta encajarla”. Más le costaría a la OTAN encajar aquel hallazgo suyo de “OTAN, de entrada no”, en octubre de 1981, siete meses antes de que Leopoldo Calvo Sotelo nos hiciese miembros de la Alianza Atlántica el 30 de mayo de 1982. Él perseveró: “lo mismo que dijimos ‘de entrada, no’, estamos dispuestos a decir ‘de salida, sí’”. Tampoco era verdad. Convocó un referéndum al que llamó a los españoles para que lo rescatáramos de su palabra y votásemos nuestra permanencia.
No soy un acérrimo de Alfonso Mañueco, pero su pacto con Santiago Abascal que nos detalla hoy aquí Fernando Lázaro ha sido un acuerdo razonable para él, en el que el presidente de Vox se ha mostrado lúcido y ha alcanzado los objetivos que se había propuesto: presidencia de las Cortes, vicepresidencia de la Junta de Castilla y León y tres consejerías, exactamente las misma contraprestaciones que Mañueco había cedido a Ciudadanos que le había apoyado con un procurador menos.
Justo acuerdo, aunque el PP no estaba acostumbrado. Ellos fueron el apoyo necesario y suficiente, 13 escaños, para descabalgar a Ibarretxe de la Presidencia del Gobierno vasco y colocar en su lugar a Patxi López, madre mía, sin otro beneficio que el nombramiento de Arantza Quiroga como presidenta de la Cámara vasca. Lo que no cuesta no se valora, ya se sabe y aquel fue un pacto endeble que hizo aguas antes de acabar la legislatura.
Abascal ha estado muy propio, como lo estuvo en su moción de censura de octubre de 2020. Había empezado mal, pero Pablo Casado le rescató del error inicial con un discurso descabellado. Vox está satisfecho con el pacto. No es para menos, pero tampoco está a disgusto Mañueco, a punto de formar Gobierno con el partido empeñado en defender la Carta Magna ante el Tribunal Constitucional, que es la institución adecuada para ello. Alerta antifascista, proclamaba Pablo Iglesias, cualificado ex miembro de esta chusma que gobierna España. Nadie puede adivinar cómo se desenvolverá Vox en la gestión de las cosas de comer, pero frente a lo ya conocido es un punto de esperanza.