Gregorio Morán-Vozpópuli

Quien no haya sentido vergüenza ajena ante el espectáculo de la constitución del Parlamento es que no vive en el planeta de los ciudadanos sino en el circo, con los payasos. ¡Más madera y a descojonarse todos! Preparémonos porque vamos a ver escenas chuscas y vivir momentos bochornosos. Eliminemos, pues, lo de “señorías”” y atengámonos al más prosaico de “chusma parlamentaria”, que ya antes de ser declarados diputados cada cual echa un regüeldo para alegría de su parroquia. Dejémonos de embelecos: tras la sesión de constitución de esta XIV Legislatura la Constitución del 78 ha entrado en coma inducido. Si un tercio de la cámara se declara anticonstitucional y una parte de los supuestos constitucionalistas les bailan el agua, no basta con decir “es lo que hay”.

En España se está dando un fenómeno insólito, y es el de la competencia entre derecha e izquierda por ensalzar al pueblo. Si se fijan, o si tienen memoria, el concepto “pueblo” era un cajón donde el viejo régimen metía a todos sus súbditos. Los demás, en condiciones harto arriesgadas, tenían a gala eso que hoy parece tan viejuno como “ciudadanía” o clases sociales. Lo de “pueblo” se reservó para las grandes ocasiones de la Transición. Hasta hubo una canción, “Habla, pueblo, habla”, creo que se titulaba.

La derecha se quedó con la copla y la izquierda abanderó la idea de progreso. Pero conforme las clases sociales se atenuaron, o lo que es lo mismo, a medida que el progresismo se fue institucionalizando a costa del Estado, creció como los hongos lo identitario. ¡Oh, esos enseñantes, garantes de la buena vía hasta que la muerte los separe! El profeta Laclau sirvió a la derecha, que ni había oído hablar de él, y la izquierda entendió que las clases sociales habían quedado obsoletas, salvo las grandes fortunas y el precariado que poco tenían que cortar en el salami de la pelea parlamentaria.

El tránsito de la izquierda política al progresismo identitario representa en Cataluña un modelo de libro

Mientras la derecha siguió en lo suyo, la izquierda se hizo identitaria. La importancia del pueblo, así, en general, ocupó sus actividades, y la lucha política dejó de ser social para volverse puntual como un metrónomo. Asombra por ejemplo que en la pelea frente al cambio climático usted al usar la ducha o el papel higiénico esté amenazando al planeta. Al ser popular, es decir populista, los retos de la sociedad postindustrial recaen sobre su conciencia. La risa tonta que les debe entrar a los grandes depredadores climáticos ante estas paparruchas de escolares asentados debe ser oceánica y sin hielos.

El tránsito de la izquierda política al progresismo identitario representa en Cataluña un modelo de libro. Este artículo mío nace de la perplejidad que me causó un texto de Josep Ramoneda que abordaba “la complacencia de la derecha hacia la extrema derecha”. Un artículo notarial, como hijo de notario que es, en el que una supuesta progresía tuerta le pregunta al ciego por qué no mira como lo hace ella.

Es obvio que la extrema derecha que representa Vox es hijastra del PP. No hace falta muchas luces para detectarlo. Más que un pecado de paternidad cabe considerarlo como el precio de la consanguinidad. Pero a quien ve la paja en el ojo ajeno le queda por explicar qué hace un antiguo Bandera Roja, althusseriano ferviente -se quejó al director de La Vanguardia cuando escribí sobre el crimen de género que protagonizó el filósofo Althusser, a lo mejor porque yo no entendía que nuestros maestros de pensar no matan sino que al amar intensamente abrazan de tal forma a sus esposas que de tanto acariciarlas las estrangulan-. Conozco a Ramoneda desde hace tantos años que es como la tortilla, siempre distinta y siempre con huevo. Desde 1976 en el semanario Arreu, luego cuando fue responsable de la revista Playboy en español, después La Vanguardia, la Diputación de Barcelona…No sigo porque es muy simple, un ejemplar genuino de la izquierda fricandó, el equivalente barcelonés de la sofisticada izquierda caviar parisina.

El artículo de marras apareció en esas páginas catalanas de El País que el resto de lectores de España no lee y que son un espejo donde se exhibe buena parte de la antigua Bandera Roja, ahora pasada bien a la equidistancia, bien a la identidad que, bien entendida, empieza por ellos mismos. Porque están por encima de los partidos y de los virajes a los que han sometido su trayectoria política para al final tener por lema aquel pasaje celebérrimo de Casablanca, donde todo acaba en “el comienzo de una gran amistad”.

Cuando la izquierda fricandó descubrió que lo identitario representaba una garantía económica, cero riesgos políticos y un guiño al pueblo abducido unió su suerte a los corruptos

Las razones por las que el progresismo catalán se ha hermanado con la militancia de JuntsXCat, heredera de la Convergencia del delincuente Pujol y el corrupto Mas, sitúa a En Comú Podem -la marca blanca de Podemos en Cataluña- en una deriva identitaria, sin un gesto que repruebe la xenofobia y el desdén a la sociedad española que manifiesta el president Torra. En definitiva, el supuesto progresismo de las clases pudientes y pasivas de Cataluña forman una Santa Alianza, término que le va muy bien a la firmeza nacional católica de la antigua Convergencia, en el objetivo de lograr la independencia, última ambición de la oligarquía dominante en la Barcelona otrora internacionalista.

¿Es un giro ideológico? Improbable, tratándose de unos sectores sociales que han girado tanto y tan seguido que han hecho de las ideas peonzas. No olvidar que Ramoneda, ese paradigma de la izquierda fricandó, pasó y volvió y repasó tantas opciones políticas que se hace difícil creer que no se trata de su segundo apellido, Ramoneda “Qué-hay-de-lo-mío”. Lo último: de ser candidato electoral de las CUP, rupturistas por la independencia, saltó al Círculo de Economía, para a continuación abrevar como antaño en ese comedero común de la izquierda que es el PSC, conciliador y maniobrero.

Cuando la izquierda fricandó descubrió que lo identitario representaba una garantía económica, cero riesgos políticos y un guiño al pueblo abducido unió su suerte a los corruptos. Con complacencia.