Miquel Escudero-El Correo

Nunca está concluida del todo, pero la democracia liberal es objetivamente el marco óptimo de la historia. Se trata de un sistema de convivencia que demanda continua atención y mejora, con un sentido crítico metódico y un alto nivel de capital humano, lo mejor distribuido posible. Sin embargo, debemos prevenirnos de la actual moda de especificarlo todo con números, de forma obsesiva: lo que nos cosifica y nos aleja de poder comprender la realidad humana.

Entre lo que hay que mejorar y corregir, es fundamental un buen aprovechamiento de los recursos humanos, algo que se ha de promover con firmeza e inteligencia. Por principio, nadie sobra ni está de más en la sociedad. No es retórica: todos somos personas y estamos interrelacionados, se quiera o no. De un modo u otro, todo acaba influyendo en todos.

Hay que fomentar la voluntad de aumentar el patrimonio social elevando la calidad de experiencias y saberes, y sacando partido de las habilidades más extravagantes. No es tanto una cuestión de economía como de decisivo bienestar general. Para esta tarea se debe movilizar a los intelectuales anónimos. A qué engañarse, muchos de quienes lucen galones en el ámbito cultural son necios presumidos y distan enormemente de ofrecer lucidez y proximidad a sus conciudadanos.

Hablemos del sustantivo ‘intelectual’. He propuesto extenderlo más allá del contorno comúnmente aceptado e incluir a quienes denomino ‘periféricos’. Sostienen la calidad de los mercados del libro, del cine y de los conciertos. Hay que concienciarse de su potencial y responsabilidad. Lejos del protagonismo vanidoso, su formación y cultura reclaman atención y buena conexión.