FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • Es curioso que el partido de Feijóo parezca más territorializado que el PSOE. Falta que esto sea trasladado también a la teoría

Próxima estación: Andalucía. En la anterior estación, la de Castilla y León, se apeó a Pablo Casado y se incorporó a Alberto Núñez Feijóo; también se agregó al Gobierno a Vox. Y un poco más atrás, el nombre de la estación era Madrid, cuando el ruido ayusista empezó a resonar por todo el nuevo escenario. Los movimientos temporales de la política se expresan por la sucesión de citas electorales. Pero observen que siempre van vinculados también a una dimensión espacial. Las distintas estaciones tienen nombre de comunidad autónoma. Lo queramos o no, hacer política en España es sujetarse a las dinámicas territoriales, ellas son las que mandan sobre el imaginario de lo político. La territorialidad ha devenido en el apriorismo de nuestra política. Espacio y tiempo, las categorías a priori de Kant, convergen sobre aquella.

No solo, desde luego, porque somos el país de nuestro entorno con mayor número de partidos de ámbito territorial —el pintoresco Jaén merece más quizá se añada pronto a la lista—. Su efecto se deja sentir en casi todo. Podemos ha fracasado en gran parte por su defectuoso ensamblaje geográfico, y el Gobierno sigue vivo gracias a sus socios catalanes y vascos. Y, no nos engañemos, Casado fue defenestrado por una revuelta de barones territoriales. Fue instada por la rebeldía de Isabel Díaz Ayuso, pero el problema viene del control centralista que trató de imponer en el partido aquel del ya nadie se acuerda, Teodoro García Egea. (Ay, la fugacidad de los liderazgos.)

Esto último me permite aterrizar sobre el interesante giro que Feijóo ha dado al PP, convirtiéndolo en algo próximo a un partido confederal de facto —no, desde luego, por modificación de sus Estatutos—. Si recuerdan, su entrada en la dirección del partido coincidió con las negociaciones de Alfonso Fernández Mañueco con Vox. Su reacción fue el delegar la decisión sobre la incorporación de este al Gobierno de la Comunidad en el líder regional. Lo mismo con Ayuso en Madrid, empoderamiento pleno para que actuara a sus anchas en su ámbito geográfico. Y se deja al criterio personal de Juan Manuel Moreno todo lo relativo a los pactos futuros en Andalucía después de las elecciones o sobre una eventual repetición de las mismas. Autonomía casi total para todos ellos. Se dirá, con razón, que se lo puede permitir por su bonanza demoscópica y porque, después de todo, fue cooptado por ellos. También, porque espera que ese mismo laisser faire le sea garantizado después en el caso de que llegue a gobernar en Madrid. Aunque creo que tiene que ver más bien con su propia socialización política en Galicia, en una nacionalidad histórica. Es el primer líder nacional del PP con ese trasfondo. Ya veremos lo que da de sí.

Siempre se ha dicho que los dos partidos que vertebraban España eran el PSOE y el PP. Ahora es una afirmación más discutible porque el PP está prácticamente ausente en Cataluña y el País Vasco. Pero no deja de ser curioso que el PSOE se gobierne desde Moncloa, más que desde Ferraz, y el PP, en cambio, aparezca más territorializado. Falta que lo que en este partido (aparentemente) rige en la práctica —plena conformación a un diseño federal— sea trasladado también a la teoría. ¿Para cuándo un más explícito reconocimiento desde la derecha de nuestra gran diversidad, de lo que en realidad somos? ¿Es compatible este presunto giro con potenciales cesiones a Vox? Lo único cierto es que la sociología territorial del país, el apriorismo de nuestra política, se ha acabado imponiendo. La realidad siempre acaba cobrándose su venganza sobre las narraciones más o menos míticas.