IÑAKI UNZUETA-EL CORREO

  • Para justificar la guerra, Moscú pretende que la ocupación de Ucrania convierta la humillación por la disolución de la patria en orgullo por la reconquista

«El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón» (Vladímir Putin)

Stalin pensaba que una redada era exitosa si se encontraba un 5% de culpables. Al resto podía aplicársele el criterio de su secretario de Justicia: «No solo hay que ejecutar a los culpables; impresiona más la ejecución de inocentes». Los efectos del Gran Terror se prolongaron hasta más allá de Brézhnev cuando el Imperio hibernaba bajo la banquisa. 1986 fue el año de inflexión, cuando con la llegada de Gorbachov y Yeltsin los acontecimientos se dispararon: conflictos étnicos, caída del muro de Berlín y, finalmente, disolución de la Unión Soviética. Las tesis del fin del Imperio apuntan, de un lado, a las nacionalidades que lo carcomían cual termitas y, de otro, a los problemas de racionalidad económica-administrativa que habrían provocado su colapso.

Martin Malia hizo una propuesta de síntesis que situaba las causas de la disolución en un plano ontológico: la praxis política comunista transfiguraba la realidad dando lugar a una sociedad ficticia. En este sentido es interesante el ejemplo de Piatakov cuando afirmaba que «si el partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y lo blanco negro». También Svetlana Aleksiévich recoge en ‘El fin del Homo sovieticus’ el testimonio siguiente: «Alguien se subía a una tribuna. Mentía y todos aplaudían sus mentiras, conscientes de que mentía y consciente él también de que todos sabían que estaba mintiendo». Por ello concluye Martin Malia que «el socialismo integral no fue un ataque contra abusos específicos del capitalismo, sino contra la realidad. Fue una tentativa de abolir el mundo real y crear uno surrealista definido por la paradoja de que la ineficacia, la penuria y la violencia se presentaban como el bien supremo».

Solzhenitsyn se adelantó al análisis de Malia cuando afirmaba que si la realidad se encuentra cubierta por una capa de mentiras bastaba con empezar a decir la verdad. Y fue en el discurso conmemorativo del setenta aniversario de la Revolución de Octubre cuando Gorbachov, ante una representación del comunismo mundial (Honecker, Jaruzelski, Castro, Ceausescu, Ortega, etcétera), lanzó la palabra clave ‘glásnost’; esto es, transparencia, viento huracanado de liberación de la historia reprimida que se llevó por delante a los regímenes comunistas de Europa del Este.

La transición al capitalismo fue una terapia de choque brutal. La riqueza nacional fue repartida entre la población en bonos de 10.000 rublos, pero cuando la inflación alcanzó el 2.600% ya no valían prácticamente nada y acabaron en las manos de un puñado de oligarcas que tomó las riendas económicas de la nación. Las consecuencias fueron devastadoras, bandas criminales, jubilados sin pensión, paro masivo, militares sin salario…, pero sobre todo desolación, anomia, vacío, desorientación que no distinguía entre el bien y el mal y sin un Tolstói que indicara el camino. Emmanuel Carrére en su libro ‘Limónov’ menciona la reflexión de Zajar Prilepin, que «se acordaba con tristeza y nostalgia de los tiempos en que las cosas tenían sentido, las casas estaban bien cuidadas y un niño podía mirar a su abuelo con admiración porque había sido el mejor tractorista del koljós. Habían presenciado la derrota y la humillación de sus padres, personas modestas pero orgullosas de ser lo que eran, que se habían hundido en la miseria y sobre todo habían perdido el orgullo».

Sin embargo, había que seguir adelante, crear un nuevo consenso, una narrativa que aliviara la culpa por la ruina moral y la devastación económica, había que justificar la guerra y para ello nada mejor que la conjura: los rusos amamos a los occidentales, pero son ellos los que nos desprecian. La conjura es una profecía que se desarrolla en tres actos y que casi siempre acaba por cumplirse. Primero, definición de la situación: solo un ruso entiende a otro ruso. No hay que comprender a Rusia, hay que creer en ella. Los occidentales no nos entienden e impiden nuestro desarrollo económico, nos desprecian, pero nos vengaremos, la Rusia que vivía de rodillas se ha levantado. Segundo, reacción: domo vuelve a recoger Svetlana Aleksiévich en uno de sus testimonios: «Los grandes ideales exigen que se derrame sangre (…). Los rusos estamos hechos para creer en algo (…). En algo elevado, sublime. Llevamos el comunismo y la condición imperial en la médula. Todo lo heroico nos es próximo». Transformaremos la derrota en victoria. Como ya sucedió con Napoleón y Hitler, ahora también la ocupación de Ucrania hará que la humillación por la disolución de la patria se convierta en orgullo por la reconquista. Tercero, confirmación: En efecto, el diagnóstico era acertado, el único plan de Occidente es la destrucción de Rusia, la división de nuestro país con la ayuda de los quintacolumnistas, nuestros enemigos internos, de los cuales los verdaderos rusos nos ocuparemos hasta alcanzar la purificación de la patria.