Juan Abreu-Vozpópuli

La corrupta socialdemocracia bipartidista española nos ha traído hasta este vergonzoso pudridero comarcal

Provoca un enorme estupor en cualquier observador más o menos cuerdo, que el nuevo Golpe de Estado del tribalismo catalán (léase nacionalismo o catalanismo, como prefieran) se lleve a cabo con la complicidad del Gobierno de España. Esto es posible, dejemos a un lado la cháchara política y el pensamiento grupal, porque los intereses de los ciudadanos españoles han dejado de coincidir con los intereses del Gobierno de España.

Olviden el Congreso (del Senado, mullido retiro de chupópteros de los partidos políticos, mejor no hablar), el Congreso de los Diputados es una función de teatro bufo en el que los partidos representan sus grotescos papeles con el mayor cinismoanalfabetismo, y sin el menor pudor. La corrupta socialdemocracia bipartidista española nos ha traído hasta este vergonzoso pudridero comarcal. La burricie y el pandillerismo partidista son las marcas de agua de la política española. Los hombres pasan, pero el Partido es inmortal. Ya lo decían los fidelistas.

Sánchez ejerce el Poder gracias a los enemigos de la nación española

Su único interés es permanecer en el Poder y controlar y envilecer las estructuras democráticas españolas, no por razones ideológicas, sino porque ese envilecimiento es lo que asegura que no terminará en la cárcel. El destino de Sánchez en un país democrático sería la cárcel, por traición. Pero, es su cálculo, si consigue permanecer en el Poder el tiempo suficiente para politizar y emporcar (aún más) el sistema judicial y la democracia española en general, no sólo saldrá impune de sus tropelías sino que podría perdurar muchos años, a saber cuántos, en el Poder.

¿La Constitución? Bueno, no me hagan reír. El problema español es precisamente su Constitución: nació infectada por el virus tribal. Es un documento que va creando cuartadas a los tribales a cada paso. Quiero decir, que conspira contra la igualdad de los españoles y contra la unidad del Estado, reconociendo y dignificando imaginerías forales, inexistentes naciones culturales, y elevando jerigonzas inútiles a rango identitario cuasi sacro y patrio. La Constitución ya contiene el veneno de la cobardía y la traición que han hecho posible el triunfo del tribalismo catalán y vasco y su guerra durante años soterrada, y hoy abierta y declarada gracias al traidor PSOE y al sanchismo, contra lo español y contra la única nación que hay en España, la española.

Es una Constitución que en un artículo establece que el Estado tiene competencia exclusiva sobre nacionalidad, inmigración y extranjería, para a continuación, decir que el Estado podrá transferir o delegar a las Comunidades Autónomas facultades correspondientes a materia de titularidad estatal que por su propia naturaleza sean susceptibles de transferencia o delegación. Hasta la redacción apesta a postración ante el tribalismo. La pestilente huella tribal puede hallarse en toda la Constitución española y juega en contra de los ciudadanos españoles libres e iguales. De aquellos redactores, estos aquelarres tribales. La senda seguida durante décadas por la política española es la fórmula perfecta para la involución civilizatoria: la Civilización consiste en alejarse de la tribu, debilitarla primero y aniquilarla después. La política española ha hecho exactamente lo contrario.

Mientras tanto, la llamada oposición (el PP) no consigue distinguirse lo suficiente del entramado que dice combatir, por la sencilla razón de que pertenece a ese mismo entramado. La partitocracia española ha derivado en dos tumores antidemocráticos, aparentemente enfrentados, pero en verdad hermanos de sangre, quiero decir, hermanos de células cancerosas. Células cuya razón de ser son los intereses del Partido, no los intereses de los ciudadanos.

Vivíamos en una partitocracia corrupta y culogordista y ahora, gracias a Sánchez, vasalla de las tribus vasca y catalana. España se ha perdido entre las aspiraciones castristas de Sánchez  y el camino a la independencia de nacionalistas catalanes y vascos. Y, aceptémoslo de una vez, el Estado español carece de armas para defenderse. ¿La cárcel? Dejarán caer a algunos, pero a los cómplices y sirvientes principales los indultarán, amnistiarán o ya se inventarán algo para que no paguen, aunque el robo (comprar votos con dinero de los contribuyentes es robar) sea de cientos de millones de euros por sevillanas.

Por otro lado, hay que ser o imbécil o cómplice de los tribales para decir que Salvador Illa no es un jefecillo tribal más. Un español que es primero catalán. Lo que constituye la característica más común del tribalismo endémico y del manicomio autonómico español.

Y en medio del derrumbe, Sánchez entrega las fronteras españolas a los aldeanos más fanáticos, llena sus arcas, permite la subnormal batalla contra el gran idioma común, y pavimenta la pista por la que saldrán pateados la Guardia Civil y la Policía Nacional, ¿qué hace el Rey de España? Pues el Rey se reúne, todo sonrisas, con el presidente de la Generalitat, pieza principal del desmantelamiento del Reino. Y me pregunto: si el Rey no puede o no quiere enfrentarse a los enemigos del reino, que son los enemigos de los españoles libres e iguales, ¿para qué sirve?