Rubén Amón-El Confidencial
- No hay mucho que celebrar este 6-D, entre el acuerdo de Sánchez con los saboteadores, el compadreo de Casado con el TC y la crisis de las opciones constitucionalistas
Entiendo que el día de la Constitución se llama o se llame así porque los demás días se profana, se vulnera y ofende, de tal manera que resulta sarcástico que la jornada en que se la honra institucionalmente (y se deshonra políticamente) caiga precisamente en festivo, como si le diéramos vacaciones y no estuviera siquiera operativa.
Va camino la carta magna de convertirse en envoltura del pescado, en un código espectral. Y va camino de cumplirse aquella dramaturgia estrafalaria y premonitoria que ofició el diputado ‘ultraabertzale’ Sabino Cuadra cuando ascendió a la tribuna de oradores del Congreso para destrozarla.
Y no de manera simbólica ni metafórica. La despedazó con las manazas, a semejanza de un inquisidor que destruye un libro prohibido.
Tiene sentido evocar la escena porque Sánchez ha convertido a los compadres de Sabino Cuadra en socios preferentes de la legislatura, exactamente igual que sucede con los polizones de Esquerra Republicana.
Quiere decirse que el jefe del Gobierno oficia los actos conmemorativos del 6-D al tiempo que ofrece la Constitución a quienes han prometido sabotearla y desfigurarla. No ya rompiéndose en añicos el principio de unidad territorial, sino convirtiéndose a Felipe VI en el objetivo de exterminio sensible, precisamente por su definición de agente aglutinador.
El Tribunal que vela por su cumplimiento viene de instrumentalizarse por los dos partidos expuestos a la mayor conciencia institucional
Hubiera sido mejor organizarle a la Constitución un réquiem premonitorio, más aún cuando el Tribunal que vela por su cumplimiento viene de instrumentalizarse por los dos partidos expuestos a la mayor conciencia institucional. El obsceno reparto de asientos en el gran jurado del TC malogra la reputación del Constitucional, predispone su desprestigio y “explica” la insumisión de los partidos soberanistas.
Se les otorga la razón cuando se le reprocha al tribunal sus veleidades oportunistas. Y se termina socavando los espacios de garantías que deberían arropar la salud del primer libro de la democracia.
Los “días de”, como este desgraciado lunes, siempre aluden a un sujeto, movimiento o causa en dificultad. Por esa razón debería crearse el día del autónomo y hasta el día del comprador de periódicos en el quiosco.
No divaguemos. Urge defender la Constitución de los precarios constitucionalistas —el hundimiento de Cs deja el “Texto” sin la guardia pretoriana— y preservarla de los depredadores que la acechan. Vox quiere cargarse las autonomías y las reglas elementales de convivencia. Los ‘indepes’ estudian cómo cepillarse la unidad territorial. Y los herederos de Iglesias aspiran a proclamar la república a través de los atajos más siniestros, incluido el regicidio fáctico y el deprecio al acuerdo de los acuerdos.
De hecho, las Cortes en vigor alojan más de un tercio de señorías que no se reconocen en la carta magna. Y que van a pisotearla en las ceremonias de hoy. Incluidos los desplantes con que Esquerra va a insubordinarse a Sánchez. Y el cinismo con que el propio Sánchez y Casado nos van a abrumar con la propaganda buenista. Que si las reglas que nos hemos dado. Que si la altura de miras. Que si el espíritu de la Transición. Que si…
La Constitución no son las tablas de la ley. Ni tampoco está escrita en piedra. No se redactó con el calor de una zarza ardiendo. Y se puede tocar. Ya ha sucedido en un par de ocasiones, pero los conspiradores soberanistas y populistas no se conforman con tunearla o adecentarla. Pretenden transformarla en la carta de los Reyes Magos. O en el epitafio de los reyes Borbones.
La cuestión no consiste en abrir la Constitución, sino en preguntarse para qué la abrimos
Porque se discute la monarquía parlamentaria. Y porque ya se identifican pulsiones magnicidas. Pedro Sánchez tendría que controlarlas en lugar de apadrinar a los más descarados francotiradores. Y percatarse de los peligros que supone para la salud de la Constitución un acuerdo con Otegi y Junqueras, pero ya sabemos que el líder socialista antepone la propia supervivencia política a la Biblia, al Corán y a la ‘Odisea’.
La cuestión no consiste en abrir la Constitución, sino en preguntarse para qué la abrimos. Y en definir con precisión quirúrgica y consenso extremo los pasajes pendientes de una sensata actualización, sin temor a los pormenores que conciernen la transparencia e inmunidad de la Corona. Y que deben corregir también el privilegio de la sucesión de los varones.
El peligro consiste en convertir la actualización en una enmienda a la totalidad. Empezaremos a abrirla para explorar el federalismo. Y terminaremos con tantas constituciones como modelos educativos y nacionalidades. Igual lo tengo más fácil que ustedes. Nací en Madrid, pero mi madre lo hizo en Lanzarote y mi padre en el País Vasco.