El Correo-JUAN CARLOS VILORIA

En su regreso a la actividad pública, Pablo Iglesias se reencarnó sorprendentemente con un ejemplar de la Constitución en la mano. Agitando el vademécum de la democracia española parecía San Pablo a su caída del caballo. El icono del republicanismo, del anti-borbonismo, del igualitarismo, parecía convertido a la religión de Adolfo Suárez. El que fue ariete de la ruptura constitucional ha lanzado su campaña electoral clamando por los platós en favor de la Constitución del 78. Desgañitándose leyendo artículo tras artículo, disputando a los conservadores el sello de constitucionalistas. A la vista del desplome de su marca política, ha percibido que el conjunto de los españoles no está dispuesto a echar por el desagüe de la historia un capital político que ha cohesionado a la sociedad durante cuarenta años. Y que si continuaba en la línea de desmontar la Transición, la Constitución del 78 y las bases institucionales construidas a la salida del franquismo, él también podía acabar desaguando por las alcantarillas. Así que se ha reinventado y ahora presume de ser el gran defensor de la Carta Magna.

Su discurso, sin embargo, se centra en que hay que cumplir a rajatabla con los mandatos constitucionales: trabajo, vivienda, salud, igualdad de oportunidades. Es una visión chavista de la Constitución. Es decir: un salario de mil doscientos euros para todos, una vivienda súper, educación top, dentista gratis, guarderías low cost. Todo sin tener en cuenta las capacidades individuales, la realidad económica, la economía de mercado. Un modo en clave oportunista pero que no resta valor al giro político de su posición original antisistema a valedor del texto de la Transición. La metamorfosis de Iglesias es un poderoso síntoma de que el gran asalto del populismo al corazón del sistema democrático surgido de la Transición ha chocado con un edificio sólido. Ha demostrado en el primer gran desafío la firmeza de sus cimientos.

Los nacionalistas vascos también están tirando la toalla. El PNV firma con una mano manifiestos en favor del derecho de autodeterminación, pero en su extenso programa electoral para el 28 de abril se olvida de todo lo que recuerde a la independencia, la reforma constitucional e incluso la reforma del Estatuto. Los animosos promotores de referéndum por los pueblos de Euskadi para teatralizar la quiebra constitucional hace ya semanas que han guardado las mesas y las banderas porque la gente pasa mucho de sus consultas de cartón. Hasta el principal promotor de la reforma constitucional, Pedro Sánchez, se presenta a las elecciones sin el mínimo recuerdo de sus propuestas para que «Cataluña se sienta cómoda en la Carta Magna». A la vista de las catas demoscópicas, a la opinión pública no es que le preocupe la reforma constitucional. Al contrario. Lo que le asusta es abrir la caja de Pandora que tanto nos costó cerrar. Ni el exjefe de los Mossos se reafirma en sus postulados independentistas. Ahora es José Luis y se abraza a la Constitución.