BRAULIO GÓMEZ-EL CORREO

No hace falta ir a Castilla y León para ver cómo las elecciones autonómicas se convierten en espacios de confrontación política estatal con la agenda de la campaña electoral contaminada por los temas que dominan la agenda pública a nivel español. Sin ir más lejos, en las últimas elecciones vascas, la causa más repetida por la ciudadanía para explicar su participación electoral fue la del miedo a una ultraderecha que no formaba parte del paisaje de Euskadi. Un ejemplo claro de contaminación de la agenda por el ecosistema político estatal e incluso madrileño que finalmente es el núcleo irradiador de los temas de los que acabamos hablando en el resto de las comunidades autónomas.

Está ampliamente estudiada la nacionalización de las elecciones autonómicas y también cómo se llegan a convertir en unas elecciones de segundo orden donde la oposición a nivel estatal y sus brazos políticos autonómicos buscan erosionar a los gobiernos centrales que percibe débiles y donde los partidos que están en un gobierno que creen popular despliegan todas las medallas que ha podido producir su acción gubernamental aunque sean de otro nivel territorial. Los presidentes de las comunidades que perciben que tienen un líder estatal flojo intentan que visite poco su territorio y los que están en la oposición no pierden la oportunidad de colocar en sus tribunas a los que les puedan dar votos aunque no estén relacionados con su comunidad.

Los medios de comunicación siguen contaminando el espacio político del resto del territorio con las nevadas que caen en Madrid, como si nevara en toda España. Eso está ocurriendo en los últimos años con la polarización del discurso político en el Parlamento español, en el que los insultos, las mentiras y la deslegitimación del Gobierno coloniza la parrilla de los informativos regionales y los mensajes de los miembros más influyentes de las redes sociales de cada comunidad autónoma. Así, la agenda vasca sólo existe cuando está relacionada con algo que ha producido el interés estatal.

En estas elecciones de segundo orden que se celebrarán en Castilla y León, hay un nuevo foco contaminador de la agenda propia castellanoleonesa relacionado con la batalla por el poder que existe dentro del bloque de la derecha. La presidenta de Madrid también quiere aprovechar su ejército mediático para introducir su discurso y sus intereses en la campaña de su comunidad vecina. Todos estos agentes contaminantes impiden que las elecciones sean espacios de rendición de cuentas, donde los buenos gestores son premiados en el marco de sus competencias y los malos representantes castigados electoralmente por la acción política que desarrollan en su territorio. Y se va difuminando peligrosamente la relación entre democracia y elecciones.