José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Un rasgo podría lesionar la apuesta del juego preelectoral de Sánchez: la vibración de prepotencia que transmite, de que la partida es suya, de que lleva mano de naipes ganadores
Le sonríen las encuestas a Sánchez. También lo hacían a los partidarios británicos que abogaban por mantenerse en la Unión Europea y no hubo sondeos que detectasen que Donald Trump vencería (en compromisarios, no en voto popular) a Hillary Clinton. En 2016, sin embargo, ganaron los ‘brexiters’ y los ‘trumpistas’. Fueron el voto oculto (no detectado) y el ocultado (no manifestado) los que provocaron en unos la sorpresa y en otros el estupor.
En España es preciso, por mera prudencia, dejar margen al acaecimiento de lo imprevisto el 28-A. Si los resultados fueran los que las encuestas proclaman, el PSOE y Sánchez ganarían las elecciones con comodidad, aunque resultase menos confortable formar Gobierno. Dicho lo cual, hay que apreciar la habilidad del presidente del Gobierno para moverse certeramente en la precampaña.
La estrategia de Moncloa y Ferraz podría resumirse en cinco claves, sencillas de formular pero no siempre fáciles de ejecutar:
1) Sánchez en actitud siempre presidencial. Efectivamente: el secretario general del PSOE no entra en polémicas, no improvisa sus mensajes y, en consecuencia, elude los ‘canutazos’. Tampoco entra al trapo de ‘provocaciones’ y deja que sean Carmen Calvo, Adriana Lastra o José Luis Ábalos los que protagonicen el zafarrancho de combate.
2) Sánchez no participa en programas de TV. El candidato socialista no ha ido a la controvertida casa de Bertín Osborne (Telecinco), ni a ‘El Hormiguero’ (Antena 3) de Pablo Montos, ni desayuna con Susanna Griso ni con Ana Rosa Quintana; tampoco se toma un café en la TV pública con Xabier Fortes. Y parece que seguirá sin visitar esos platós. Concede y concederá entrevistas (véase la del domingo en este diario, o, días antes, a cuatro periódicos europeos), pero es él quien elige el terreno.
3) Sánchez no quiere debates. El socialista piensa que solo pierde y nada gana enfrentándose en cualquier formato (cara a cara, a cuatro o a cinco) en un debate. Cree que su ventaja le permite no arriesgar y debatir es hacerlo. Un buen día lo tiene cualquiera (incluso lo tendrían los candidatos a los que Sánchez trata con tanta displicencia), pero un mal día también. A él le podría caer en suerte el primero o el segundo. Y no le merece la pena. España es, miserablemente, una democracia sin debates obligatorios.
4) Sánchez se abona a una frase vacía pero que suena bien: en Cataluña el problema no va de independencia sino de convivencia. No es cierto, o no lo es enteramente, pero la afirmación le servirá para dos propósitos: de una parte, para no aceptar (“no es no”, enfatizó el presidente el domingo en Zaragoza) un referéndum de autodeterminación; y de otra, para, sin perjuicio de no aceptar ninguna consulta separatista, mantener una relación funcional con los independentistas catalanes y, si preciso fuera (y lo ha sido para convalidar los decretos leyes en la Diputación Permanente), con los ‘bildutarras’. Ya se encargará luego Isabel Celaá de recomponer la situación cargando contra Torra por su policía política o contra los ‘abertzales’ radicales por no haber pedido perdón por los crímenes de ETA.
5) Sánchez está atento a los errores de sus adversarios y los optimiza, a tal punto que el argumentario de sus mítines se basa en las pifias de los dirigentes que compiten en las urnas, salpimentado con la ‘agenda social’. Y como Rivera, Casado y Abascal —especialmente los dos primeros— están sobreexpuestos, sus posibilidades de errar se multiplican. Los ‘speechwriters’ del secretario general del PSOE están a la caza del gazapo, que consiste en una técnica de cinegética política muy agradecida para quien la sabe utilizar y mortificante para quien la padece.
Junto a estas claves, Sánchez y sus estrategas zahieren —pero lo justo— a quienes podrían ser sus socios: Iglesias y Podemos, que caigan, pero tampoco demasiado. Y minan la credibilidad —o lo intentan— de Ciudadanos, cuyos diputados en suma con los socialistas podrían ofrecerle una mayoría para gobernar. Ya se lo dijo el presidente al director de El Confidencial y a Juanma Romero: “Partidos que dicen ‘no, nunca, jamás’ revisarán sus estrategias”. Seguro que sí: aunque Sánchez estaba refiriéndose a Ciudadanos, ¿no hará lo mismo el PSOE que él dirige?
Por resumir: la contracampaña de Sánchez es la propia de quien se siente ganador. O mejor: ampliamente ganador. Cuchillo de doble filo. De ahí que en los mítines no verbalice la posible victoria sino que apele a la movilización porque históricamente la izquierda tiende a la abstención más que la derecha. Un rasgo podría lesionar la apuesta del juego preelectoral de Sánchez: la vibración de prepotencia que transmite, de que la partida es suya, de que lleva mano de naipes ganadores.
Ocurre que la gente corriente —esa que Ignacio Urquizu, en su libro ‘¿Cómo somos?’ (Deusto), denomina “el hombre medio”— sí ve y atiende a Griso, a Quintana, a Motos, a Osborne y desayuna con Fortes. Como suele rematar el maestro Miguel Ángel Aguilar sus telegramas en la SER: “Atentos” (a veces, sentencioso, advierte: “Cuidado”).