La contraofensica

ABC 16/02/14
IGNACIO CAMACHO

· La estrategia de Rajoy y Rubalcaba consiste en romper el bloque secesionista y aislar a Mas de sus sectores de apoyo

Está aún muy lejos el momento en que el Estado pueda desactivar el desafío de la secesión catalana, pero empieza a haber síntomas de resquebrajamiento en el sector soberanista. Al nacionalismo le ha entrado un cierto temblor de piernas tras un par de semanas de contraofensiva de opinión pública y algunos dirigentes de Convergencia están moviéndose en busca de algo parecido a una salida honorable. Por primera vez desde que se planteó el conflicto las cosas se han hecho bien en el bando constitucional; el Gobierno se ha apartado del primer plano para evitar la polarización fácil del debate y ha dejado a los socialistas y al empresariado el protagonismo de la presión contra la independencia. La estrategia está funcionando porque parte de la sociedad catalana siente vértigo ante el despeñadero que le estaba ocultando la ruidosa mitología nacionalista.

Primero fue la intervención, poderosa y lúcida, de Felipe González ante Artur Mas en La Sexta. La cadena de Lara movió pieza de forma inteligente en el programa de un presentador catalán de izquierdas con alta audiencia en el escenario de operaciones. Luego apareció en Barcelona la presidenta andaluza Susana Díaz, a la que hasta los empleados de su hotel le pidieron que ayudase a frenar la deriva rupturista. Después les tocó el turno a los empresarios: se retrató el líder de la patronal, Rosell, luego el presidente de un importante banco catalanista y al final entraron en tromba los inversores extranjeros con una proclama explícita que desató la ira –y la calumnia– del independentismo radical. Tras quince días de contraataque ya estaba Homs moviendo ficha: el electorado natural de CiU había tomado nota y fruncido el ceño ante una cascada de argumentos que habían permanecido ausentes durante el primer año de unívoco fragor separatista.

El plan de Rajoy y Rubalcaba consiste en romper el bloque de la secesión, aislar a Mas y provocar la inquietud entre sus sectores de apoyo, la burguesía menos interesada en una ruptura que inevitablemente la acabaría dejando en manos de Esquerra y los talibanes del soberanismo. Eso va por el buen camino. Luego habrá que encontrar una salida; ahí el presidente hará de poli malo, impasible hasta que Mas se rinda, y los socialistas y el alto empresariado se ofrecerán como
cascos azules para negociar un acuerdo competencial y financiero. Y sí, el nacionalismo se llevará un botín, pero eso estaba descontado desde el momento en que empezó el embrollo; tal vez fuese incluso su objetivo final antes de que su propia nomenclatura se dejase envolver por la ola emocional de mesianismo emancipatorio.

Ahora se trata de encontrar el punto de retorno. No va a ser fácil, pero las últimas semanas han demostrado que el Estado puede movilizar más energía social de la que calculaban los crecidos profetas del pueblo cautivo. Y que ha llegado el momento de ponerla en marcha.