Ignacio Camacho, ABC 09/11/12
El debate catalán ya no es unívoco. El proyecto rupturista de Mas ha encajado varios goles y su cohesión se ha resentido.
Si se tratara de una competición deportiva se podría decir que la diferencia del marcador ha comenzado a acortarse. Después de meses de monólogo soberanista, de empuje unívoco a favor de la secesión, el debate catalán empieza a equilibrarse con la irrupción de un argumentario plural que enfrenta a la quimera independentista una potente dosis de realismo. Por supuesto que el delirio emocional de la separación sigue en ventaja pero ya no va ganando por seis a cero. El proyecto rupturista de Artur Mas ha encajado varios goles y su cohesión se ha resentido; al arrancar la cuenta atrás de la campaña se aprecia un visible titubeo en el antes rocoso bloque del destinomanifiesto. Acaso algo tarde, el clamor separatista ha tropezado con una réplica capaz de enfriar un poco su ardiente desvarío.
Al margen de que la mayoría absoluta de CiU está en el aire, lejos de la certidumbre inexorable que prometía la marea emotiva y mesiánica de la Diada, el discurso político y social de Cataluña ya no es de una sola dirección. Los constitucionalistas han reaccionado y emerge la expresión de convicciones distintas. El Gobierno ha trocado su estrategia de perfil bajo por una voz más decidida que tomó inflexión en el mitin de Rajoy en Barcelona; el PSC se ha despertado de la modorra filosoberanista al comprender que corre riesgo cierto de laminación electoral, y el resto del catalanismo integrador ha encontrado en el comprometido esfuerzo de Ciudadanos una alternativa cívica independiente con autoridad intelectual y solidez moral. En Europa se ha desplegado contactos silenciosos y eficaces para cerrar el paso al ensueño de una nueva estrella.
Los empresarios se están sacudiendo temores ante la posibilidad creciente de una deriva irreversible, y hasta Duran Lleida parece estar tratando de recoger parte del agua derramada en la euforia de septiembre. Aunque la opinión pública continúa embargada por un pensamiento único —y subvencionado— es evidente que la hegemonía oficialista sufre grietas en su monolítico designio. A ello se unen los errores de Mas en su desafortunada gira diplomática; ninguneado en la lujosa excursión rusa —¿a quién se le ocurre ir a vender separatismo en el país que bombardeó Chechenia?— y replicado con insolente dureza en Bruselas, el president ha regresado con la mandíbula dolorida y trastabillando.