HOY arranca en el Congreso la comisión Bárcenas, vale decir, de la corrupción del PP. Sus declaraciones serán decepcionantes para la oposición y un suspiro de alivio para el partido que lo tuvo como tesorero. El PP, minoría en el Congreso, llamará en justa represalia al Senado a los tres partidos de la oposición: PSOE, Podemos y Ciudadanos.
Parece razonable. Teodoro León Gross publicó el sábado aquí una pertinente columna que podría resumirse en su primera y última frase: «Este no es un país de políticos corruptos, sino un país de corruptos». Efectivamente. Yo recuerdo una anécdota de los años 80, cuando el entonces secretario de Estado de Hacienda, José Borrell, requirió los servicios de un fontanero. El operario reparó la avería y preguntó al cliente: «¿Con IVA o sin IVA?».
Así son las cosas y así han sido históricamente. La corrupción llegó a tener su gracia: en el siglo XVII se llamaba picaresca y está en la base de nuestro Siglo de Oro literario: Rinconete y Cortadillo, el Buscón Don Pablos, el Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, etc. Ahora no tiene ni pizca, aunque tampoco sea una seña de identidad de lo español, por mucho que Pablo Iglesias haya acuñado una falacia feliz: «El PP es el partido más corrupto de Europa». Tal simpleza fue adoptada con entusiasmo por el nuevo, ma non troppo, líder de los socialistas españoles. Vayamos por partes, que el arte de la comparanza tiene sus complejidades. Hace ya muchos años que yo, turista de la Revolución de los claveles, me traje de Lisboa un ejemplar del semanario trotskista Sempre fixe, con una entrevista a Ernst Mandel, economista y dirigente de la 4ª Internacional. Mi amigo Pablo López Blanco y yo mismo lo tradujimos y lo publicamos en dos entregas en El Norte de Castilla. Recuerdo su titular: Los maoístas portugueses son los izquierdistas más estúpidos del mundo. Está claro que aquel hombre no había podido conocer a Pedro Sánchez, ni a su socio de Podemos.
O sea, que todo depende de con qué lo comparemos. Ningún partido español puede medirse con el PSF, Henri Emmanuelli, qué gran tesorero; el Crédit Lyonnais, qué gran estafa, y aquel primer ministro, Pierre Bérégovoy, que se suicidó en 1993, disparándose en la cabeza con la pistola que le quitó a su escolta. Era un héroe de la Resistencia y amigo personal de Mitterrand y se sintió acorralado al saberse que había recibido un millón de francos del empresario Pelat para comprarse un apartamento. Hubo un tiempo en que los corruptos sentían como una vergüenza insoportable el conocimiento público de lo suyo.
Ahora ya no es así. Cada partido tiene su afán, de ahí que Iglesias considere ejemplares a todos los corruptos y delincuentes de su cuerda, corruptos antes de tocar pelo: admiraba a Maduro, el político más corrupto de América, un sátrapa manchado de tortura y de la sangre de sus oponentes, Echeminga frente a las Seguridad Social, la juez canaria con el socio de su novio, Errejón en la Universidad de Málaga, Mato y Mayer con el Open de Tenis, Monedero, esbirro teórico de la dictadura venezolana, la trotacapillas de la Complutense, Bódalo, feroz apaleador de sus adversarios y de personas preñadas (©Carmen Montón), Alfon y su carga de explosivos, Cañamero, salteador de fincas y supermercados, el rastas que agredía a policías, Espinar, piso black, and so on.
Todos los partidos tienen su carga. Todos quiere decir todos y no hay esperanza de regeneración cuando lejos de considerarla una lacra letal para el sistema, la conciben como una oportunidad, una herramienta contra el partido del Gobierno, que también ha incurrido, por supuesto.