Carlos Martínez Gorriaran-Vozpópuli
- Desde la nefasta era Zapatero se veía venir lo que podía ocurrir con el PSOE
Hay gran diferencia entre la corrupción del sistema e instaurar la corrupción como sistema: con Sánchez estamos en el segundo caso, en que el sistema es pura corrupción. Es la diferencia que va de copiar en un examen para aprobar medicina a falsificar el título de médico y vivir de matar enfermos, o entre visitar alguna vez una casa de mala nota y tener una red de burdeles, por usar una metáfora cara a la familia socialista literal y figurada. Toda la trayectoria política de Pedro Sánchez y su camarilla ha consistido no ya en robar burlando las reglas -al estilo de Gürtel, la Caja B de Bárcenas o los falsos Eres de Andalucía-, sino en elevar la corrupción sistemática a única regla auténtica.
Que fueran zafios, rijosos y sin escrúpulos solo los hacía más fáciles de manejar… hasta que uno de ellos empezó a grabar todo porque sospechó que podía ser sacrificado
Pedro Sánchez se hizo con la secretaría general del PSOE intentando un pucherazo y amañando las primarias, formó Gobierno rompiendo todas y cada una de sus promesas, y a partir de ahí ha mentido sistemáticamente sobre todos sus actos y sus consecuencias, de los pactos con comunistas, terroristas y golpistas a las promesas de lucha contra la corrupción, pasando por el regalo del Sáhara Occidental a Marruecos y el expolio de los servicios públicos, cuyo último síntoma fue el apagón eléctrico masivo. Pero la máxima traición no son las orgías casposas de Ábalos y compañía, sino la Ley de Amnistía y el intento en marcha de cancelar la justicia profesional.
Para entender dónde estamos, y lo que aún puede pasar, conviene tener presente que la corrupción moral y la voladura política de la verdad han precedido a la corrupción penal. La mentira consentida ha instaurado la pocilga.
Algunos se empeñan en querer creer que el Número Uno desconocía la verdadera personalidad de José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García, de manera que solo sería un fallo del deber in vigilando, cuando es absolutamente indudable que los escogió como guardia de corps porque eran la clase óptima de sicarios para convertir la corrupción en el sistema. Que fueran zafios, rijosos y sin escrúpulos solo los hacía más fáciles de manejar… hasta que uno de ellos empezó a grabar todo porque sospechó que podía ser sacrificado, y otro decidió robar y mentir al propio Padrino.
Pero no son sujetos que hayan caído en la tentación de meter la mano en la caja y cobrar sobornos para satisfacer vicios miserables -putas, coca, juergas, restaurantes y casas de lujo gratis (cosas que perdona la Iglesia, diría Don Corleone)-, sino una trama criminal organizada para asaltar metódicamente todas las instituciones, corromperlas desde dentro y tratar de ese modo de eternizarse en el poder con una dictadura virtual bajo apariencia democrática. Aquí la corrupción juega por partida doble: es el método de asalto al poder y el botín producto del asalto.
Habían previsto para nosotros procedimientos “democráticos” de exterminio mediante la Ley Bolaños que elimina la carrera judicial, el juez de instrucción y hasta la temible UCO
Por fortuna, nadie puede controlarlo todo ni todo el tiempo, del mismo modo que, como dijo Lincoln, no es posible mentir y engañar todo el tiempo a todo el mundo. Lo que ha reventado el plan es la resistencia de algunos jueces y algunos periodistas y medios. Si muchos o pocos (ya hay codazos para el reparto de medallas), ya tendremos ocasión de ponderarlo; en todo caso, críticos e indispensables, en contraste con la extensa tropa de cómplices activos o pasivos.
Habían previsto para nosotros procedimientos “democráticos” de exterminio mediante la Ley Bolaños que elimina la carrera judicial, el juez de instrucción y hasta la temible UCO; en el caso de los medios independientes, como este en el que escribo, el estrangulamiento por la vía económica y penal mediante una ley de censura que les privara de ayudas, publicidad y lectores. Y no lo van a dejar, insistirán, no se equivoque nadie.
Así que no ha sido un milagro, sino una consecuencia afortunada de la complejidad de la realidad y de la imposibilidad de prever, controlar y decidir todo. Pero hemos estado al borde, y seguimos estando mientras Sánchez ocupe la Moncloa, de ver convertida la democracia en una dictadura de tipo chavista: con elecciones trucadas, sin verdadera libertad de expresión y asociación, con oposición amordazada, con leyes inútiles y con tribunales de justicia convertidos en delegaciones del Gobierno convertido en banda mafiosa.
Confiar en que la simple lluvia de escándalos derribe por sí sola al sanchismo es equivocación tan grave como pensar que Sánchez simplemente ha sido ingenuo eligiendo colaboradores
Y esto no ha terminado todavía, si se limita a cambiar de peones para enrocarse hasta un lejano suplicatorio o nuevas elecciones, ¿quizás trucadas como las primarias? Confiar en que la simple lluvia de escándalos derribe por sí sola al sanchismo es equivocación tan grave como pensar que Sánchez simplemente ha sido ingenuo eligiendo colaboradores, y que el PSOE tiene enmienda (dato: las mordidas de Cerdán en Navarra son idénticas a las de Urralburu en 1990, cuando ETA mataba por la autovía de Leizarán).
La mejor manera de reanimar al monstruo agonizante es limitar el problema a la personalidad psicótica de Sánchez y a la sordidez de sus colaboradores y familia. Desde la nefasta era Zapatero se veía venir lo que podía ocurrir, y la negativa a hacer lo debido -por interés, por pereza, por inmovilismo gallináceo- nos ha conducido al punto actual. Alentar esperanzas en que sin Sánchez el PSOE no solo es recuperable -con Madina y la bendición patriarcal de Felipe-, sino que una coalición con el PP de Feijóo contra Vox, con apoyo separatista, sería la mejor alternativa –“la preferida en Madrid y Bruselas”, decía una crónica de alguien al tanto-, es como rendirse a la instauración de la corrupción como sistema. Y hasta el próximo Capo.
Es cierto que las debilidades constitucionales y la lentitud de la justicia hacen poco menos que imposible echar a Sánchez si no quiere irse. Es verdad que una moción de censura no tendría apoyos suficientes (y probable que Vox la utilizara… para erosionar al PP), igual que es indudable que los secuaces del sanchismo apoyarían su continuidad para debilitar aún más al Estado y España, que es su único objetivo.
La traición virtuosa, fin de los tiranos
¿Cuál es pues la salida más probable?: sin duda la traición interna, pero esta no se va a producir si se tranquiliza a los interesados con mensajes erróneos de falsas seguridades. Al contrario, Sánchez solo será virtuosamente liquidado por los suyos si estos están absolutamente convencidos de que es la única salida que les queda de la extinción política. Así derribaron a Mussolini en 1943.