- Esta es una de las razones por las que el debate político no debe reducirse en exclusiva a estos asuntos por golosos que resulten
Estaban nerviosos esperando el temido informe de la UCO sobre Santos Cerdán y lo que salió el viernes pasado fue algo mucho peor: un auto de la Audiencia Provincial de Madrid en el que se confirman los indicios de que Begoña Gómez aprovechó su condición de esposa del presidente del gobierno para vender favores e influencias y así lograr una proyección profesional de la que carece. Esto supondría el final de cualquier político democrático, pero no el de Pedro Sánchez.
No pasará nada. La mandíbula del presidente se crispará un poco más, su piel lucirá algo más macilenta, su gesto será más adusto si cabe y sus insultos a Feijóo más virulentos, pero seguirá atornillado a ese sillón que ya solo le garantiza disgusto tras disgusto, una asfixiante agonía.
Hubo un tiempo no tan lejano en que la ejemplaridad pública y la rendición de cuentas formaban parte de los consensos éticos de la sociedad española. Los políticos dimitían porque se lo dictaba su conciencia, se lo pedía su partido o se enfrentaban a un clamor social, pero eso también lo ha roto Pedro Sánchez. ¿Se acuerdan cuando los imputados tenían que dimitir de manera fulminante? Pues ahí tienen a la esposa pluriimputada por traficar con influencias, al fiscal general del estado a punto de sentarse en el banquillo, al líder del PSOE extremeño forzando la salida de cuatro diputados autonómicos para poder aforarse y de guinda José Luis Ábalos agitando una manta tejida con cientos de wasaps. Si esto no es un fin de ciclo, que venga Dios y lo vea.
Pero no pasará nada porque Sánchez, sus ministros macarras y su club de contorsionistas mediáticos, imbatibles en el ejercicio del doble rasero, han conseguido liquidar ese consenso de la sociedad española sobre la moralidad pública. La corrupción solo es intolerable si afecta a la derecha, si es de izquierdas y progresista deja de ser corrupción para convertirse en una conspiración de jueces fachas.
Esta es una de las razones por las que el debate político no debe reducirse en exclusiva a estos asuntos por golosos que resulten. Reconozco que me produce una íntima satisfacción ver a los Savonarolas de antaño bracear como náufragos en este océano de mangancias, pero la corrupción no puede convertirse en el único argumento del debate político en España, porque pasan muchas otras cosas igual de graves por las que también es preciso exigir responsabilidades a este gobierno.
Es cierto que jamás se ha visto en España a la mano derecha de un presidente ejercer como conseguidor de una trama de comisionistas o a su esposa como traficante de influencias, pero tampoco se ha sufrido jamás un apagón total, ni un colapso ferroviario cotidiano, ni una voracidad fiscal tan desmedida, ni tantos ataques contra las instituciones, ni un empleo de tan baja calidad, ni tantas dificultades para encontrar vivienda; la lista es infinita.
Mientras hacemos memes con las juergas de Abalos en Paradores se nos pasan otros asuntos que afectan y mucho a los españoles y en los que a Sanchez no le resulta tan fácil encontrar el burladero de la polarización.