IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Ábalos lo niega todo, incluso la verdad, como Sabina. Al menos admitió que a Koldo sí lo conocía

Como las comisiones de investigación no investigan, porque sus miembros no quieren ni saben, tampoco puede extrañar que los comparecientes pasen por ellas como quien va a resolver un trámite. Se sientan, se niegan a contestar algunas preguntas incómodas, responden otras con desgana y sin detalles y se marchan tan campantes, conscientes de que no hay allí nadie en condiciones de exigirles responsabilidades ni mucho menos de situarlos ante una prueba de contraste. Si además se trata de asuntos bajo diligencias judiciales, los declarantes tienen coartada para evitar incriminarse. Y si el interrogatorio se pone desagradable les basta con cerrarse en banda, echarle cara y esperar que escampe.

Ábalos tiene morro sobrado para negarlo todo, incluso la verdad, como Sabina. A él también lo echaron de los bares que usaba de oficina, pero aún no está siquiera imputado y no va a dar pistas. Cuando estalló el caso Delcy fue capaz de ofrecer seis versiones distintas; ayer incluso añadió que la vicepresidente venezolana no pisó tierra española, pese a la evidencia de ciertas fotografías, y que las famosas maletas ni siquiera existían. Por supuesto, no sabía qué pintaba en Barajas Víctor de Aldama, el comisionista, ni tenía noticia de la existencia de una trama de venta fraudulenta de mascarillas. Hasta se permitió dar alguna lección de ética a sus excompañeros, en tono de víctima, y presumir de una «vena liberal» en su maltratado corazoncito socialista. Eso sí, al menos admitió que a Koldo lo conocía.

Lo que quedó claro de su testimonio, como en el de los que han pasado antes que él, es que los senadores carecen de conocimiento para colocar a los deponentes en un aprieto. Les falta información más allá de lo que han leído en los periódicos, y sin esa base de contradicción es imposible formular un cuestionario serio. Illa y el propio Koldo salieron del mismo trance ilesos, y es bastante probable que ocurra lo mismo con el resto porque esas sesiones, como las del Congreso, son meros simulacros, teatro parlamentario, figuración, postureo. Nada ante lo que el interrogado pueda sentir sus secretos en riesgo.

Esto es lo que hay. Unas Cámaras convertidas en caja de resonancia de una dialéctica política ultrapolarizada. Un Gobierno que se pasea ante la oposición haciendo exhibición de arrogancia, consciente de que sólo la justicia puede meterlo en problemas si no consigue controlarla. Unos escándalos que apenas sacuden la conciencia democrática de una opinión pública indiferente, conformista, anestesiada. Un presidente blindado por una coraza mediática que asume sus consignas y las divulga con la precisión aplastante de una maquinaria. Unos cientos de millones de euros facturados por redes de intermediarios en operaciones opacas bajo la cortina de excepcionalidad del estado de alarma. Y una viscosa sensación de impunidad en una atmósfera de farsa