SARA HIDALGO GARCÍA DE ORELLÁN-EL CORREO
- Es obligado reflexionar sobre la perversa y endemoniada lógica en la que ETA basaba sus asesinatos para que el horror no se repita
Pleno verano era cuando el 10 de julio de 1997 ETA secuestró a un joven que se dirigía a su trabajo después de comer en la estación de tren de Ermua. Un joven normal, anónimo, como cualquier otro. El día también era un día cualquiera. Y, no obstante, aquel joven y aquel día se convirtieron en una explosión colectiva de rabia, indignación y furia contra el terrorismo etarra, que logró, por vez primera, hacer que el miedo colectivo a este fenómeno se superara, que la ciudadanía saliera a la calle de manera masiva y que dijera basta ya al terror en Euskadi. Aquel joven era Miguel Ángel Blanco, 29 años, concejal del PP en Ermua, y las manifestaciones durante dos días, el tiempo que ETA había dado al Gobierno de España para intercambiar su vida por el acercamiento de presos de la banda, fueron las más masivas y multitudinarias que se vieron hasta la fecha.
Y es que el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco simbolizó la etapa de la llamada «socialización del sufrimiento», esa estrategia que ETA puso en marcha a mediados de los 90 y que trataba de extender la amenaza y el miedo a capas amplias de la sociedad. Una estrategia cuyo corpus teórico aparecía en la ponencia ‘Oldartzen’, de Herri Batasuna, en 1995. En ella, entre otras ideas, se reafirmaba la categoría de víctima aplicada al difuso concepto de pueblo vasco, un discurso que ya se venía dando desde tiempo atrás, pero que sirvió para revalidar, una vez más, la pertinencia de la violencia terrorista como una forma de defensa ante aquello que este grupo consideraba un ataque. Y, claro, en esa defensa se construyeron un «nosotros» y un «ellos», unos «defensores del pueblo» y unos «enemigos del pueblo». Miguel Ángel Blanco había sido catalogado entre los segundos, y por eso, según esta lógica terrorista, merecía ser asesinado. Y esa lógica, perversa y endemoniada, fue la que marcó la política vasca durante los duros años de la violencia de persecución, cuando formar parte de una lista electoral bajo las siglas del PP o del PSE-EE, entre otros, convertía a esos candidatos en potencial objetivo.
ETA construyó muchos «enemigos del pueblo» y de la naturaleza más variada. Por ejemplo, Manuel Indiano, concejal independiente en las listas del PP en Zumárraga. En su caso, un joven que regentaba una tienda de chucherías en esta localidad y que esperaba con ilusión la llegada de su primera hija. Ésta nació póstuma, pues un 29 de agosto de 2000 ETA decidió que su presencia no podía ser tolerada en el pueblo, que había de ser asesinado. Del pensamiento al hecho. Lo mataron a balazos y su cuerpo ensangrentado quedó tendido entre piruletas y caramelos.
Este acto terrorista tuvo sus consecuencias. Además de las evidentes a nivel personal para su familia, Zumárraga vio cómo los cinco concejales del PSE-EE que les representaban dimitieron. Y es que Indiano había sido puesto en una posición vicaria, su asesinato era un mensaje para el resto de la sociedad y el mensaje era claro: los «enemigos del pueblo» estaban en el punto de mira de ETA.
Y qué decir de otros tantos y tantos cargos institucionales, especialmente los concejales, aquellos que más crudamente se enfrentaban cuerpo a cuerpo con el terrorismo. Isaías Carrasco, concejal del PSE-EE una sola legislatura en Mondragón, asesinado cuando ya ni siquiera ocupaba el cargo, sino que era un simple ciudadano anónimo que no llevada escolta, que hacía su vida y que vio cómo esta acababa un 7 de marzo de 2008 bajo las balas de ETA. Como él, todos ellos eran personas normales, muchas veces anónimas, que se dedicaban a la política, muchas veces de manera no profesional, sin cobrar, y que simplemente sacaban adelante proyectos municipales como parques, aceras, arreglar alumbrado o mejorar el servicio de barrenderos, por poner ejemplos comunes de los quehaceres diarios de un ayuntamiento. Personas que, en cambio, para ETA, eran «enemigos del pueblo», sujetos que con su sola existencia ponían en peligro su proyecto totalitario y que por ello habían de ser asesinados.
Crear «enemigos del pueblo» es un fenómeno tan viejo como la historia de la humanidad. Incontables sociedades han buscado sus chivos expiatorios a los que culpar de sus males. Personas a las que se deshumaniza, sobre las que se proyecta discursos del odio, sobre las que se vierten frustraciones sociales y finalmente, cuyo asesinato se justifica y sobre cuya memoria se trata de extender el silencio y el olvido. Vemos casos como la masacre de judíos europeos a manos de los nazis, las purgas estalinistas y los gulags, las limpiezas étnicas en la antigua Yugoslavia, casos todos ellos que horrorizan.
En Euskadi también hemos tenido nuestro particular proceso de creación de «enemigos del pueblo», y es obligación reflexionar y conocer sus mecanismos, la mejor vacuna para asegurarnos de que este horror no se vuelva a repetir.