Eduardo Uriarte-Editores

Llevamos años con la crisis del Estado surgido en el setenta y ocho por la continua acción mutante de los dirigentes del Frankenstein, crisis del Estado que muchos acaban de descubrir ante su incapacidad en la tragedia humana provocada por las inundaciones en el Levante. Este Estado, el actual, pues no consiste en una mera forma diferente gobierno, impelido por una ideología de ruptura, enfrentamiento y autoritarismo, se demuestra incapaz, como otros sistemas muy ideologizados, de mostrar la menor empatía con los seres humanos que sufren las consecuencias de sus errores. De nuevo es la emotividad, que detectara Marx en el pueblo español, la que mueve a la reflexión a muchos refractarios y descubren ahora la crisis del Estado.

Que este Estado no es el del setenta y ocho no hay más que comprobarlo a base de alguna comparación. Era parlamentario vasco durante la inundación del 83 en el País Vasco (y sí achiqué agua y lodo). El recuerdo, creo que no me falla, es que observé una mayor diligencia, colaboración, y presencia militar (nada menos que en aquella época de plomo terrorista) que lo que he visto en Valencia, sobrecogiéndome con indignación lo que parecía la premisa de la acción política en esta ocasión: la capitalización partidista de la catástrofe (observada ya durante la pandemia en la ofensiva de Sánchez contra Ayuso). En el 83 hubo lealtad y colaboración institucional, cosa que con un Gobierno fundado en el “no es no”, en coherencia, es imposible.

El “no es no” fue capaz de paralizar un país durante meses, y el que lo propuso llegó a presidente por voluntad democrática. La aberración se fue extendiendo, el Estado del 78, basado en el consenso, fundamento de la Constitución (que nos ha servido hasta que el sanchismo nos ha mostrado sus vacíos) se ha mutado bajo el principio del enfrentamiento, memorias históricas o democráticas mediante. El muevo Estado, apariencias aparte, no es una simple modalidad de gobierno, se ha erigido colonizando el Poder Legislativo, la Fiscalía General, el Constitucional, el Banco de España, RTVE, el mismo día que morían decenas de personas (mostrando la paranoide falta de empatía del sanchismo con las personas), etc. El muevo estado se ha fundamentado en el golpe constitucional que significa la amnistía a los sediciosos, sediciosos con los que se pactó la gobernabilidad, se pactó con los sucesores de los terroristas esa misma gobernabilidad, se difamó, insultó, e incluso se criminalizò a una oposición cuyo defecto es su mera existencia ante el relato totalista dominante.

Se aceptó el enfrentamiento con el Poder Judicial, se organizó la relación con las comunidades autónomas cual en una corte oriental del pasado (“si necesita ayuda que la pida”) en una vuelta al Viejo Régimen evidente. Se formula así un presidencialismo casi soberano, se gastan las energías en agitación y propaganda de todos sus peones gubernamentales, incluidos los ministros, en este proceso de mutación, ni los ferrocarriles funcionan… Se produce la tragedia y el Estado no existe, está en crisis. No, no es el del 78, es este Estado sanchista al que hemos asistido mutación tras mutación, mentira tras mentira, arbitrariedad tras arbitrariedad, el que está en crisis. Lo comparamos con el anterior, porque comparamos el mal hacer de una autocracia con una democracia sujeta al republicanismo.

El problema es que el Estado anterior sobre el que aparentemente se sostiene el sanchismo, el que conocí en el 83 a pesar de sus pocos años, que funcionaba, ha quedado desguazado. En caso de caída del que hoy nos lleva al caos, nuestra Constitución necesita, tras la tragedia materializada en Valencia y su indignación ciudadana, su remodelación. La reforma constitucional de la que ya llevo escribiendo un tiempo viendo al toro venir desde que lo encajonaron en la Moncloa.