Nemesio Fernández-Cuesta-El Confidencial
- A corto plazo, todo seguirá en manos de Putin y sus decisiones. Lo más probable es que mantenga las idas y venidas con el Nordstream. Provoca subidas de precios que aprovecha para mejorar sus ingresos de días posteriores
La crisis del petróleo de 1973 marcó el final del desarrollo económico acelerado de Estados Unidos y los países europeos occidentales. En el bienio 72-73 el PIB español creció a un ritmo anual del 8%, porcentajes nunca vistos desde entonces. Un petróleo barato había sido el recurso energético sobre el que apoyar el crecimiento. El petróleo y sus derivados se usaban en la producción de electricidad, en el transporte, en calefacción y en consumos industriales. Carbón y petróleo eran los únicos recursos energéticos disponibles. Con motivo de la guerra árabe-israelí del Yom Kippur, iniciada el 6 de octubre de 1973 y terminada diecinueve días después, los países árabes decretaron el embargo de exportaciones de petróleo a Estados Unidos y Países Bajos y, sobre todo, subieron los precios. En 1974 el precio cuadruplicaba el de 1972.
Aunque entre 1974 y 1978 los precios se mantuvieron, la revolución iraní de 1979 y estallido de la guerra entre Irán e Irak en 1980 propiciaron una nueva escalada. En 1981 el precio era diez veces superior al de 1972. Es cierto que las guerras que afectan a países productores determinan el precio del petróleo, pero es un error olvidar la influencia esencial que los equilibrios básicos del mercado tienen: cuando el crecimiento de la demanda supera sistemáticamente el crecimiento de la oferta disponible, es solo cuestión de tiempo que, en un mercado cartelizado como el del petróleo, un acontecimiento sobrevenido produzca una explosión de los precios al alza. A principios de este siglo, el crecimiento económico de China provocó que entre 1998 y 2008 el precio del barril pasara de 12 a 92 dólares, aunque la guerra del Golfo derivada de la invasión de Kuwait por Irak sirviera también de pistoletazo de salida para la subida de precios.
La actual crisis del gas es de gravedad superior a estos episodios históricos de subidas de precios del petróleo. Los precios del gas se han multiplicado por diez en apenas un año, mientras que en la primera gran crisis del petróleo un incremento semejante requirió diez años, dando margen a una cierta adaptación. El nivel absoluto de precios también apunta en la misma dirección. En términos energéticos, el precio del gas en Europa a finales de este mes de agosto ha cotizado a unos 179 dólares por barril de petróleo equivalente, precio nunca visto en el mercado internacional de petróleo, y sujeto además a una volatilidad extrema, lo que dificulta la toma de cualquier tipo de decisión empresarial.
A medio plazo, el mercado se aproximará a un cierto equilibrio: Entre 2025 y 2026 está previsto que la capacidad de licuefacción mundial alcance los 800 MTPA (Millones de Toneladas por año) frente a los 470 MTPA actuales. Ese aumento supondrá un crecimiento del suministro mundial de gas de unos 370 BCM (Miles de millones de metros cúbicos). Europa necesita sustituir 150 BCM de gas ruso suministrado por tubería, por lo que debería conseguir que el 40% de ese suministro adicional termine en Europa. Dado que la cuota europea en el mercado mundial de GNL es del 20-25%, seguirá existiendo una competencia en precios con los mercados asiáticos y el gas seguirá, comparado con los últimos años, siendo caro. No obstante, el déficit de gas se reducirá en buena medida y si se invierte en generación eléctrica renovable, no se cierran las nucleares y se promueve la producción de gases renovables —biogás, biometano y a medio plazo hidrógeno— la situación puede ser manejable.
Europa necesita sustituir 150 BCM de gas ruso suministrado por tubería, por lo que debería conseguir un 40% de suministro adicional
Otro dato que alienta un moderado optimismo, también a medio plazo, es la progresiva recuperación de la industria norteamericana de exploración y producción de petróleo y gas. Se espera que en 2022 se perforen unos 16.500 pozos, frente a los cerca de 20.000 de 2019 y los 11.000 de 2020. La producción de gas se espera que crezca por encima del 3% acumulativo anual en 2022 y 2023 y las exportaciones de GNL, la variable más relevante para Europa, se incrementen en estos años a un ritmo anual del 14%. Por cierto, de los pozos perforados en Estados Unidos en 2022, cerca del 80% serán pozos de ‘fracking’. Una contradicción más que apuntar a la lista de cuestiones sobre las que Europa —y España— deberían reflexionar.
A corto plazo, todo seguirá en manos de Putin y sus decisiones. Lo más probable es que mantenga las idas y venidas con el mantenimiento del Nordstream. Provoca subidas de precios que aprovecha para mejorar sus ingresos en las ventas de días posteriores. Si alguien quiere alimentar un cierto optimismo, puede pensar que el 73% de las exportaciones rusas de gas estaban dirigidas a Europa y sustituirlas por exportaciones por tubería a otros destinos o por exportaciones de GNL requiere años y miles de millones de dólares en inversiones. La reducción del suministro a Europa ha provocado que los almacenes de gas rusos estén prácticamente llenos. Si no se incrementan las ventas a Europa, Rusia puede verse obligada a cerrar la producción de algunos yacimientos, lo que por motivos geológicos perjudicará su capacidad de producción futura. Nadie puede deducir las decisiones de un autócrata envuelto en una guerra mesiánica, pero la racionalidad económica apunta a que mantendrá el juego actual de alzas y bajas en el flujo de gas, pero no interrumpirá el suministro.
El progresivo ajuste del mercado a lo largo de los próximos años no es consuelo ni solución para unas empresas cuyos procesos productivos son intensivos en consumo de gas. Repercutir en el mercado unos costes energéticos multiplicados por diez se antoja imposible. Las más potentes pueden deslocalizar producción hacia otras geografías dónde los precios del gas se mantengan en parámetros más aceptables, pero el grueso de la industria se verá abocado al cierre temporal o permanente de la producción, con el consiguiente efecto en cascada sobre la actividad económica.
Construir un gasoducto hacia Europa que Francia no quiere no aporta solución alguna a la industria española. Lo mismo puede decirse de un hipotético tendido submarino hacia Italia. Una mayor interrelación con el mercado europeo siempre es positiva, incluso cuando nuestro gobierno renegaba de su utilidad, pero requiere años y no abarata el gas. Las medidas de ahorro aprobadas el pasado jueves en el Congreso equivalen a suministrar analgésicos a un enfermo de cáncer. Daño no le van a hacer, pero la curación estará igual de lejos. Que parte importante de nuestra industria sobreviva hasta 2026 requiere mucho más esfuerzo y dedicación por parte de una Administración cuyos ingresos fiscales siguen creciendo a un ritmo notable.