Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 20/5/12
Una colega muy querida pasa una temporada en una gran ciudad de Alemania y me cuenta anécdotas de allí que ponen de relieve que en nuestra crisis hay una parte de responsabilidad general de la que nadie quiere hablar. Les regalo las dos últimas: mi amiga entra en una gran pastelería y pide un bollo, a lo que la dependienta le responde con total normalidad si lo quiere fresco o mejor del día anterior. ¿La diferencia? Que el segundo cuesta la mitad justo que el primero. La misma sorpresa que ese sistema racional de aprovechar los alimentos le ha causado a mi amiga saber que en las peluquerías de señoras puede una secarse el pelo por su cuenta, con el consiguiente ahorro del servicio.
Ambas cosas serían inconcebibles en España, donde todo lo más te venden la bollería del día anterior al precio de la fresca -es la moral de El lazarillo frente a la cultura luterana- y donde, fruto de una exaltación de la inmodestia rayana en lo enfermizo, medio país ha vivido obsesionado por aparentar que tenía un coche mejor, viajaba más veces a Cancún y compraba más y mejor ropa que sus conocidos y vecinos.
En Estados Unidos está generalizada la costumbre del doggie bag (llevarse a casa en una bolsita la comida que uno no consume, pero paga, en un restaurante), mientras que en España cualquiera a quien se le ocurriera sería considerado un cutre y un hortera.
Con la complicidad de unos bancos y cajas que llevan ahora la penitencia en su pecado de irresponsabilidad, cientos de miles de personas han adquirido pisos que no podían costearse, comprado a crédito viajes fastuosos fuera de sus posibilidades y solicitado préstamos para presumir de cochazo? a pagar en diez o doce años.
A esa cultura del derroche, por virtud de la cual niños que apenas saben construir una frase con sujeto, verbo y predicado han tenido ya siete móviles distintos a lo largo de sus pocos años de vida, se une otra no menos demencial: la de todos esos empresarios que lejos de comportarse con la responsabilidad propia del oficio de quien administra un negocio de cuyo éxito depende el bienestar de decenas o cientos de familias, han vivido a lo loco, gastando en yates de lujo y mansiones de película en lugar de reinvertir parte de sus beneficios en I+D o en mejorar su competitividad.
Todo lo anterior no exime a Gobiernos y políticos de su responsabilidad en una gestión manifiestamente mejorable de la crisis, pero pone de relieve que la construcción del futuro exigirá el cambio de un hábito social del despilfarro como único medio de evitar volver, más pronto que tarde, a las andadas. Pues comerse un bollo de ayer que es más barato, secarse uno mismo el pelo o pedir en un restaurante el doggie bag no es muestra de cutrez, sino de un sentido común que, como país, nos ha faltado a manos llenas.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 20/5/12