EDITORIAL – EL MUNDO – 05/02/17
· El recientemente fallecido pensador polaco Zygmunt Bauman tuvo el talento de condensar en la expresión modernidad líquida la situación de descomposición interna que están sufriendo las sociedades occidentales desarrolladas, cuyos ciudadanos, espoleados por la crisis, se comportan de manera suicida apoyando electoralmente a candidatos que no ocultan su intención de liquidar un sistema político que ha permitido el mayor periodo de prosperidad y bienestar de los últimos siglos.
Es lo que ha ocurrido en Gran Bretaña con el Brexit, poniendo en peligro la solidez de la UE, en EEUU, donde un tiburón de la especulación inmobiliaria y outsider de la política como Trump ha alcanzado la Casa Blanca, y lo que puede suceder en Francia en las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta se celebrará el 23 de abril.
En las primarias organizadas por los dos principales partidos vencieron los candidatos más inesperados, demostrando que el electorado, que rechazó a Sarkozy en la derecha y a Manuel Valls como opción del Partido Socialista, confía más en un cambio de caras, de formas y de discurso que en la estabilidad política. Una decisión que puede tener consecuencias de gran calado, ya que el radicalismo izquierdista de Benoît Hamon o los casos de corrupción destapados al candidato republicano, François Fillon, pueden terminar beneficiando al Frente Nacional de Marine Le Pen, la única candidata que mantiene unido su partido y que no deja de subir en las encuestas.
Según éstas, es la favorita para la victoria, con un 25-27% de los votos, aunque, de momento, aún quedaría lejos de una mayoría absoluta que impidiera la segunda vuelta. El problema es que enfrente no hay ningún candidato que suscite el entusiasmo masivo de los votantes. En la izquierda, es poco probable que Hamon logre pasar a la segunda vuelta, y la derecha carece de facto, a falta de poco más de dos meses para las elecciones, de candidato.
Pocos podían imaginar cuando Fillon se impuso en las primarias a personalidades tan sólidas como Juppé y Sarkozy, que su figura se apagaría tan rápido. Las investigaciones de la Oficina Central de Lucha contra la Corrupción que demuestran que su mujer y dos de sus hijos recibieron escandalosos pagos de dinero público por dudosas labores de asesoramiento han acabado con su imagen de político honesto, recto y defensor de la austeridad. Pese a las evidencia, Fillon lo niega todo y se mantiene irreductible en sus posiciones.
Sin embargo, su imagen de político incorruptible, frente a los problemas con la justicia de los otros candidatos de la derecha, y sus propuestas de contener el gasto público reduciendo sensiblemente el número de funcionarios o de endurecer la reforma laboral se han convertido en papel mojado ante un comportamiento que contradice abiertamente su discurso. El mayor favor que Fillon podría hacerle a su partido y por extensión al país, sería dimitir cuanto antes para que pudiese elegirse un candidato alternativo. El dilema al que se enfrenta la derecha, no obstante, tiene difícil solución, porque tanto Juppé como Sarkozy ya han declinado ocupar su puesto y es materialmente imposible organizar de nuevo unas primarias.
Quienes como Le Pen critican los desmanes de la vieja política han encontrado terreno abonado para servir de cauce a los que sufren las consecuencias de la crisis y ven en la clase política a la principal responsable de su precaria situación económica, de inseguridad y de incertidumbre. Confiada en que el momento le es favorable, Le Pen presenta hoy en Lyon su programa de 144 propuestas de las que ya ha adelantado alguna. Emulando al America First de Trump, el Frente Nacional propondrá unas medidas de «prioridad nacional» que incluyen un impuesto especial del 10% para las empresas que contraten trabajadores no franceses, aunque éstos sean comunitarios. Ademán, Le Pen ya ha adelantado su intención de convocar un referéndum y forzar un Frexit.
El único líder que podría hacerle frente ahora es el ex ministro de Economía Emmanuel Macron, que ayer se reivindicó en un multitudinario acto en Lyon. Como es habitual, no ofreció medidas concretas, sino que volvió a remarcar que su movimiento En Marcha no es ni de derechas ni de izquierdas, y que la solución a la crisis no es el proteccionismo sino una política liberal que no encuentre los límites que le llevaron a dimitir del Gobierno de Hollande.
Francia, que simboliza mejor que ninguna otra nación europea los valores democráticos, se enfrenta al reto de evitar que la UE se deslice peligrosamente hacia su liquidación.
EDITORIAL – EL MUNDO – 05/02/17