Este martes ha marcado un viraje trascendental en la relación de Europa con Israel, después de varias semanas en las que la cruenta ofensiva de Gaza ha venido alienando a cada vez más países del gobierno de Benjamin Netanyahu.
Ha abierto la veda Reino Unido, cuyo gobierno ha congelado las negociaciones del acuerdo comercial con Israel y ha convocado a su embajadora en Londres, por su «intolerable» ofensiva militar en Gaza y su «atroz política» de bloquear la entrada de ayuda.
Horas después, la vicepresidenta de la Comisión Europea ha avanzado que la Unión Europea revisará su Acuerdo de Asociación con Israel como represalia por la actuación del Gobierno de Netanyahu en la franja de Gaza.
Resulta significativo que, desde el rechazo generalizado que suscitaba esta misma propuesta, reclamada por España e Irlanda hace más de un año, se haya pasado tan rápido a la «enorme mayoría» de Estados miembros que la han apoyado, según Kaja Kallas, en la reunión de ministros de Exteriores celebrada este martes en Bruselas.
Es evidente que ha cambiado aceleradamente el consenso sobre Israel en Bruselas. Junto al inminente nuevo «ataque sin precedentes» en Jan Yunis, lo que ha colmado el vaso de la UE ha sido la obstaculización de la entrada de ayuda humanitaria en la Franja de Gaza.
Poco antes, la ONU había alertado de que 14.000 niños pueden morir en las próximas horas si Israel no permite la entrada de alimentos. Y que los once camiones que Tel Aviv ha dejado entrar este lunes en la Franja ofrecen un alivio absolutamente irrisorio para la severa malnutrición que afecta al enclave palestino.
La UE, honrando su constitutivo liderazgo moral en materia de libertades, examinará si Israel está respetando el artículo 2 del Acuerdo de Asociación, que exige «el respeto de los derechos humanos y de los principios democráticos».
De momento, ha dado el primer paso para suspender los acuerdos comerciales con Israel. Pero la unanimidad de los Veintisiete que requiere tal suspensión la hace hoy por hoy altamente improbable.
Al margen de la incógnita de los diez países que, según Kallas, no se han pronunciado a favor, la falta de consenso está garantizada por la oposición de Hungría. Como botón de la afinidad entre Viktor Orbán y Netanyahu, este mismo martes el Parlamento húngaro ha aprobado la salida del país de la Corte Penal Internacional, en reacción a la decisión de ese tribunal de acusar al primer ministro israelí de crímenes de guerra en Gaza.
En cualquier caso, esta decisión, junto con la moderación del apoyo estadounidense a Tel Aviv, patentiza un cambio en la imagen de Israel, que hasta ahora sólo había recibido en Europa censuras rotundas por parte del Gobierno español, con Pedro Sánchez tildando al Estado israelí de «genocida» la semana pasada.
Y ello porque, tras once semanas de operación militar en Hamás poniendo todo tipo de trabas a la distribución de alimentos, se antoja insoportable que lo único en lo que Netanyahu haya transigido (forzado por EEUU) sea un corredor de suministro mínimo. Que un ministro de su gabinete haya llegado a jactarse de que los palestinos «podrán tener un pan de pita al día, y con eso basta» supone niveles de inhumanidad difíciles de digerir hasta para los más simpáticos a la causa israelí.
Tanto por fondo como por forma, Israel parece empeñada en hacerse odiosa y aislarse de los pocos socios que le quedan. La determinación de Netanyahu de recrudecer la crisis humanitaria en la Franja, tomando como rehenes de su debilidad parlamentaria a dos millones de gazatíes y empleando la ayuda humanitaria como arma de guerra, puede haber sido el acicate definitivo para precipitar un cambio de consideración internacional sobre Israel.