Un pacto PSOE-PP sobre la base del Pacto Antiterrorista significaría la ruptura inmediata de su actual entendimiento con el PNV, cosa que Zapatero ni quiere ni puede permitirse. Y el PP lo sabe. Además, el presidente cree más factible lograr que el PNV acepte una «derrota» de ETA previa al «diálogo final», que no que el PP asuma un «final dialogado» incluso posterior a la «derrota».
El presidente del Gobierno tenía ayer una papeleta imposible de solventar. No me refiero a la dificultad que implica hacerse cargo del fracaso de una iniciativa en la que se han puesto tantas esperanzas, sino a la otra, más aguda todavía, de plantear un objetivo que resulta, en la práctica, inalcanzable. El objetivo consistía, como el presidente no se cansó de repetir, en la consecución de un consenso en materia antiterrorista que abarcara a todos los partidos del arco parlamentario. El obstáculo con que este objetivo choca en el momento actual resulta insalvable.
Están, en primer lugar, las posiciones que se quieren cohonestar. De lo que se escuchó ayer en el Congreso quedó meridianamente claro que un acuerdo del Gobierno con el Partido Popular excluye, por necesidad, al Partido Nacionalista Vasco y que un acuerdo con éste margina inevitablemente a aquél. No es sólo cuestión de voluntad política. Se trata, sobre todo, de que el contenido esencial sobre el que debería pivotar el primero es incompatible con el que habría de sustentar el segundo. Mejor dicho aún. Ambos contenidos, aun cuando no sean en sí mismos incompatibles, son percibidos como tales por quienes respectivamente los defienden. Hay algo en esta incompatibilidad que tiene que ver con el simbolismo de los nombres. La mera mención del Pacto Antiterrorista y la de la Resolución del 17 de mayo de 2005 encierran, la primera para el PNV y la segunda para el PP, algo de absolutamente repugnante. Pero, más allá del simbolismo de los nombres, las ideas de «derrota policial» y de «final dialogado» que esos acuerdos alternativamente implican se han hecho, por desgracia, imposibles de cohonestar en la mente de los dos mencionados partidos. Por eso, independientemente de lo que sobre la compatibilidad de ambos conceptos piense el presidente, un pacto suyo con el PP sobre la base del Pacto Antiterrorista significaría la ruptura inmediata de su actual entendimiento con el PNV, cosa que el presidente ni quiere ni puede permitirse que ocurra. Y el PP lo sabe.
En segundo lugar, y deduciendo de lo que el presidente ayer no dijo, más que de lo que realmente dijo, resulta evidente que su propia postura política es más cercana a la del PNV que a la del PP. Volvamos a decirlo mejor aún. El presidente cree más factible lograr que el PNV acepte la idea de la necesidad de una «derrota» previa al «diálogo final» que no que el PP asuma ahora el concepto de un «final dialogado» incluso posterior a la «derrota». Por eso, y por convencimiento propio, el presidente, que sí usó el sustantivo «derrota», nunca pronunció el adverbio «jamás» respecto de la eventualidad de un «final dialogado». Le faltó, en cambio, decir que tal eventualidad, si alguna vez volviera a presentarse, deberá ser gestionada con mucho mayor rigor y mucha menor flexibilidad que los que se han aplicado en el ahora frustrado proceso. La Resolución del 17 de mayo de 2005 sólo vale si se toma al pie de la letra.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 16/1/2007