IGNACIO CAMACHO, ABC – 07/10/14
· En la larga y tensa cuarentena del 9 de noviembre, Mas juega a moverse en el filo más casuístico de la legalidad.
Desde que Artur Mas convocó el referéndum hasta su fecha prevista de celebración, el 9 de noviembre, iban 43 días con sus respectivas noches. Una auténtica cuarentena política con la que el presidente catalán pretende incrementar la tensión utilizando su arma estratégica favorita: una creciente sensación de agravio. Todo el mundo sabe, en Cataluña y fuera de ella, que la consulta no se va a celebrar; lo que los secesionistas intentan es convertir su cantada derrota jurídica en una escalada de frustración mediante la ficción de una convocatoria inviable. El eterno victimismo nacionalista como combustible del desafecto hacia España. De la independencia psicológica.
En estos días de relativo impasse, de estancamiento y espera, Mas juega a moverse en el filo casuístico de la legalidad. La consulta no está prohibida sino en suspensión cautelar; hasta que el Constitucional se pronuncie sobre el fondo del recurso existe una posibilidad teórica de llevarla a cabo. Los abogados de la Generalitat consideran que el líder catalán no incurrirá en desobediencia formal mientras el TC no le requiera de modo expreso para que anule los preparativos, y en ese margen de duda está creando el Gobierno autonómico un limbo en el que mantener viva su promesa y ganar tiempo junto a sus socios de aventura. El soberanismo alimenta la esperanza de que el Gobierno de la nación cometa en el ínterin un error político, que altere su pulso con alguna irritada salida de tono. No parece probable que eso ocurra; si hay en el país un gobernante capacitado para el quietismo y la resistencia acolchada, para esperar sin moverse, se llama Mariano Rajoy.
La inmovilidad del presidente suele desesperar a sus partidarios más impetuosos, pero también a sus adversarios. En esta ocasión el tiempo corre en contra de Mas, al que los aliados reclaman que mantenga el pulso. Pero la logística del referéndum exige unos plazos que están a punto de caducar y el consejero Homs ya los ha cifrado. Las autoridades catalanas saben también que la movilización callejera es una táctica de efecto reversible: es a ellas a quienes corresponde el mantenimiento del orden público. Madrid no tomará el mando de los mossos; si hay problemas en la calle los ha de resolver la Generalitat a su criterio. Para eso sirve la responsabilidad del autogobierno.
Se trata de una partida de ajedrez en la que los jugadores se miran a los ojos a ver quién pestañea primero. Rajoy, protegido por su enroque jurídico, sólo ha de preocuparse de sus propios movimientos, mientras que Mas estudia de reojo la reacción de sus compañeros del bloque soberanista, que aguardan impacientes y con ganas de patear el tablero. En este juego está prohibido equivocarse. Quedan días tensos, pesados y difíciles; sin embargo el riesgo principal de la cuarentena está empezando a desplazarse sobre quien ha fijado el calendario.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 07/10/14