ABC 04/01/17
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
· El cansancio crece entre los catalanes, mientras sus problemas diarios se multiplican
CUANDO el Sr. Puigdemont dice «en 2017 los catalanes celebraremos un referéndum legal» está pronunciando un oxímoron, término de moda que consiste en engarzar una palabra a otra de sentido opuesto. Algo así como «lo blanco negro». Ni catalanes, ni vascos, ni gallegos ni ninguna otra variedad del pueblo español pueden celebrar un referéndum legal de independencia, al ser ilegal por naturaleza. Incluso con permiso del Gobierno, que no tiene poderes para ello, al contradecir la unidad de España dispuesta en la Constitución. Habría que cambiar esta, algo que requiere la conformidad de todos los españoles, y la apropiación indebida por sólo una parte de ellos constituiría un robo a los demás. Eso lo sabe perfectamente el Sr. Puigdemont, pese a los informes de los expertos que le dicen que Cervantes, Colón, Santa Teresa y Leonardo da Vinci eran catalanes.
¿Por qué insiste? Pues porque su partido ha caído en su propia trampa: incluyó la independencia en el programa electoral y ya no puede dar marcha atrás. Así que viene trampeando desde hace años y retrocediendo hasta haber quedado en manos de quienes representan el polo opuesto en la sociedad catalana.
¿Y por qué Rajoy insiste en su oferta de diálogo, de negociación, de concesiones incluso? A estas alturas, le conocemos lo suficiente para imaginárnoslo. En vez de sentarse a esperar que el tiempo lo arregle, como suele presentársele, practica la estrategia opuesta a la de Aníbal, que colocaba en el centro las tropas más débiles para que el enemigo irrumpiera por esa brecha y rodearlo luego con la caballería por las bandas hasta destruirlo. Rajoy, en cambio, acoraza el centro –lo no transferible– y deja a los rivales atacar por las alas e incluso ir más allá de donde debieran, hasta quedarse aislados y sin fuerzas. En otras palabras: cargarse de razones, demostrar que él es razonable y sus rivales no. Es como los independentistas pierden terreno conforme el cansancio crece entre los catalanes que no ven avances hacia el soberanismo, mientras sus problemas diarios se multiplican, y la indignación se acentúa entre el resto de los españoles, hartos de tanta reclamación, de tanta soberbia, de tanto victimismo. Lo que hace cada vez más difícil que encuentren aliados para su causa, incluso entre los que simpatizan con ella, como ocurre con buena parte de la izquierda, que está descubriendo que nacionalismo no significa progresismo, sino todo lo contrario. Aunque falta todavía mucha labor pedagógica en este campo.
Naturalmente, este es un escenario racional. Y la política no es siempre racional, sobre todo la nacionalista y la izquierdista, que se mueven más en la utopía que en la realidad. Para esa eventualidad, Rajoy guarda una carta en la manga: nuevas elecciones, que dice no desear, pero que no tendrá más remedio que convocar si la izquierda y los nacionalistas siguen en las nubes, impidiéndole gobernar. Para entonces confía en haber demostrado que ni la una ni los otros son de fiar. Si es que antes no se han autodestruido en sus luchas internas.