JOAQUÍN TRIGO PORTELA
La cuestión catalana alude a la incomodidad de su posición en el conjunto de España. Como en todos los países, la historia recoge acciones comunes, diferencias y contiendas. La diferencia de lengua (ambas latinas) se ha mantenido tanto en los momentos de unidad como en los de independencia. Las discrepancias han menudeado a lo largo de siglos, con episodios de ruptura más cortos que los de unión. En el presente aumenta la discusión que, según se dijo, se inició tras una reunión en Madrid de los respectivos presidentes en la que no lograron acuerdos sobre financiación. La posición catalana resaltaba que su aportación debería ser menor y estar compensada con la percepción de una cuota de recursos mayor que la asignada. La petición no prosperó y a la vuelta se iniciaron las manifestaciones, el ondear de banderas, la petición de independencia y afirmación «España nos roba», de la que nadie se deshizo.
Esa afirmación se basa en que los impuestos soportados superan claramente la media y en que el retorno de los mismos está por debajo de lo recaudado. Eso deriva de que los ingresos de medios de los residentes en Cataluña superan la media española y, como la tributación es progresiva, la cuantía a pagar también está por encima de la media.
Por otra parte, las ayudas priorizan las personas y áreas más pobres, como es el caso en los países desarrollados. Es una visión burda con un aspecto más sutil del expolio fiscal, la balanza fiscal, que tiene dos partes: el flujo monetario que suma los costes soportados por los contribuyentes y la cuantía de la devolución recibida por la comunidad autónoma. Como ésta es más rica, y a eso se añade que las filiales de empresas catalanas pagan en la casa madre, lo recibido es poco, máxime cuando se minimiza la aportación en especie en forma de seguridad, ejército, etc.
Tampoco se considera que el volumen de los depósitos de residentes en Cataluña está por debajo del volumen de los préstamos vivos, de modo que el 45% de la financiación de Cataluña viene del resto de España (M. Martín Rodríguez, El País, 18 de noviembre de 2012).
El lado más triste de estos flujos se da en el comercio. Cataluña vende en el resto de España mucho más de lo que compra. En el resto del mundo es al revés, de modo que la diferencia sólo se salda gracias al superávit obtenido en el resto de España. Es cierto que las exportaciones fuera de España crecen, pero el valor de las compras de Aragón, y el de otras comunidades autónomas superan al de Alemania, según datos de C-intereg, que, entre otros patrocinadores tiene a la propia Generalitat de Cataluña. Otra fuente sobre lo mismo y con datos afines la aporta el informe European Economics del Credit Suisse «Catalonia’s choice», de 19 de noviembre de 2012.
Las dificultades de Cataluña no están en el resto de España, sino en ella misma, donde el anterior Gobierno se endeudó en exceso sin obtener resultados apropiados. Como ejemplo pueden considerarse los trasvases fallidos, la desaladora no concluida, etc., amén de la creación de los consejos comarcales. Estos entes podrían haber sido útiles si agruparan grupos de ayuntamientos pequeños, que aislados aportan poco a sus ciudadanos. Hace pocos días, la vicepresidenta del Ejecutivo catalán presentó en anteproyecto de Ley de Gobiernos Locales, que considera la supresión de 1.000 cargos remunerados de los consejos comarcales para ahorrar entre 1.000 y 1.100 millones de euros. Esos consejos, bien gestionados, pueden ser alternativas a los pequeños municipios, dándoles más y mejores servicios que los que éstos pueden ofrecer. Los gastos excesivos son suficiente explicación de la carestía de recursos, que serían menos fuera de la UE. Cataluña no se merece dar pasos atrás.
Joaquín Trigo Portela, director general del Instituto de Estudios Económicos.