IGNACIO CAMACHO – ABC – 19/01/16
· El tetrapartidismo no ha resuelto la gran cuestión del peso soberanista en el mercado secundario de la política.
Después de haber partido en cuatro trozos desiguales el tradicional arco bipartidista, los españoles se han encontrado con la terca realidad de que el nacionalismo sigue siendo decisivo en la aritmética de la mayoría de Gobierno. Del Gobierno de la nación de la que se quiere separar, por cierto. La coalición socialpopulista que intenta aglutinar Pedro Sánchez para desalojar a Rajoy necesitaría al menos el voto afirmativo del PNV –ya acostumbrado a entenderse con los socialistas y hasta con Bildu– y la abstención de uno de los dos grupos secesionistas catalanes.
El tetrapartidismo no ha resuelto, pues, la gran cuestión del peso soberanista en el mercado secundario de nuestra política. Antes bien la ha agravado porque las mareas y demás movimientos identitarios de las autonomías periféricas representan una cuota esencial (40 por ciento) en la masa crítica parlamentaria de Podemos. Dicho de otra manera, en esta legislatura hay bastantes más partidarios de la autodeterminación que en la recién extinguida.
Ese problema resulta cenital en este tanteo de alianzas, aunque está por ver que sea tan determinante como para impedir que la izquierda cuaje un pacto cuyo programa básico se resume en la breve idea de echar al PP. A favor del líder del PSOE corre la teoría del mal menor; los independentistas siempre preferirán a un presidente más bizcochable que además les hace guiños de tercera vía. Sánchez ha tensionado a su partido con el coqueteo a varias bandas, pero al fin y al cabo los acuerdos con el soberanismo son un clásico de la socialdemocracia española. Si algo ha demostrado la historia reciente es que los socialistas saben convivir con sus «dos almas» en una suerte de esquizofrenia tratada con el neuroléptico del poder.
La novedad de esta etapa es que ese desdoblamiento ideológico afecta también a la nueva izquierda populista. El discurso de patriotismo bolivariano de Podemos no habría alcanzado 69 escaños sin el concurso en sus candidaturas de una amalgama de neocomunismo nacionalista que en Cataluña fue la lista más votada y tiene capacidad de veto proporcional a su alta facturación.
Pablo Iglesias está obligado a gestionar la ambigüedad sobre el modelo territorial y las contradicciones que suscita con su estilo político de centralismo autoritario. La exigencia de grupos parlamentarios propios para sus socios territoriales no es sólo ni principalmente una cuestión de fondos. A nadie le amarga un cheque pero se trata de una condición previa derivada del propio formato con que se presentó a las urnas. Ahora se la tiene que resolver un Sánchez que está a punto de disfrazarse de rey mago tardío para repartir regalías. Por mucho que a ambos les pueda incomodar el asunto, lo cierto es que el candidato socialista va a tener que negociar su investidura con el que de facto es el principal portavoz en Madrid de la autodeterminación catalana.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 19/01/16