IGNACIO CAMACHO – ABC – 22/06/16
· Una campaña en la que se habla más de vetos que de votos: he ahí el síntoma de la enfermedad de la política española.
La única razón de ser de esta campaña electoral era, en teoría, la de aclarar las preferencias de pactos que resuelvan el bloqueo parlamentario de la gobernabilidad del país. Los programas ya los conocemos; son en su práctica integridad, envoltorios de Ikea aparte, los mismos de diciembre, entre otras cosas porque están intactos. Los líderes tampoco han cambiado, lo que en el caso de los partidos dinásticos constituye un grave error estratégico.
Las listas son idénticas salvo bajas de fuerza mayor. Y la opinión de los españoles ha variado poco en términos generales. Sólo existe un factor diferencial capaz de cambiar el voto de los ciudadanos, y es la actitud con que los partidos afrontan la necesidad de trazar acuerdos para arrancar de nuevo el colapsado motor de las instituciones del Estado. Pues bien: esa cuestión decisiva, la que la transparencia democrática y la excepcionalidad de las circunstancias exigen dilucidar, es exactamente la que no nos resuelven.
En cambio nos hablan de vetos y de estigmas. Las mismas barreras personales o ideológicas que arrastraron al fracaso la breve legislatura anterior y provocaron la repetición de las elecciones. Trabas prestablecidas con que los dirigentes se cierran a sí mismos los caminos del entendimiento. Y que acaso difícilmente puedan sostener después del recuento. Incapaces de captar el voto positivo, el que se conquista con propuestas de construcción política y social, ciertos candidatos intentan definir su espacio a base de señalar al adversario y rodearlo con el círculo rojo de la otredad innegociable. Con ése no, nunca, a ninguna parte. ¿Con quién, entonces? Ah, ya veremos. Depende. Tú vótame y calla. Delega en mí tu voluntad y la administraré a mi conveniencia.
Esta deliberada negativa a determinar las cláusulas del contrato electoral forma parte de un concepto cínico de la democracia. En ausencia del mandato imperativo, el depósito de confianza requiere de un compromiso moral que se aleje de la ambigüedad abstracta. El candidato sabe que a expensas del resultado puede retorcer su responsabilidad con un supuesto bien común como coartada, arguyendo que carece del respaldo suficiente para mantener su palabra.
Interpretará el voto a su albedrío y presentará el giro táctico como un acto de generosidad acogido al sagrado mantra del diálogo. En realidad, dada esta lábil naturaleza del veredicto popular, los partidos podrían anunciar sus preferencias de acuerdo sin contraer un débito vinculante, pero entonces depreciarían sus propias posibilidades. Por eso esta campaña es absurda: porque lo único que los electores queremos saber es lo que los elegibles no nos quieren explicar.
Una campaña en la que se habla más de vetos que de votos: he ahí el síntoma más claro de la enfermedad de la política española. Queda la duda de si no estará enferma también la sociedad que lo permite y ampara.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 22/06/16