Isabel San Sebastián-ABC
- Lo que más ha medrado en Cataluña al calor de Sánchez y su «diálogo» es el caladero donde pescan Junqueras y Puigdemont
¿Recuerdan aquella consigna repetida machaconamente por los partidos de la izquierda y sus voceros mediáticos, según la cual cualquier muestra de firmeza democrática en Cataluña únicamente conseguiría hacer crecer al independentismo? Pues resulta que era mentira. Una de tantas utilizadas por los integrantes del gobierno Frankenstein. Un burdo engaño contrario al sentido común, al respeto por el Estado de Derecho y a la experiencia del País Vasco, donde, desde los tiempos de Zapatero, la renuncia de los ejecutivos centrales a dar la batalla ideológica contra el separatismo ha consolidado su dominio y condenado a la irrelevancia a quienes defienden la Constitución. Algunos ya lo advertimos, pero nadie quiso escucharnos.
Recién perpetrado el golpe del 1-10-2017, se planteó la disyuntiva entre mantener la intervención de la comunidad autónoma el tiempo suficiente para desmontar el tinglado institucional puesto al servicio de la causa separatista desde el Palau de la Generalitat, o convocar de inmediato unas elecciones. El presidente Rajoy estimó que lo más importante era actuar por unanimidad; Ciudadanos se inclinó a favor de llamar a las urnas, convencido de su victoria, y el PSOE, junto a Podemos, exigieron que se votara. Se votó ese diciembre. Ganó la formación naranja, aunque con una mayoría insuficiente. Su lideresa, Arrimadas, ni siquiera intentó ser investida y se fue a Madrid, acompañada por lo más granado del partido en Cataluña. El PP se hundió, más aún que el PSC, seriamente tocado. Formaron gobierno los mismos que habían protagonizado el golpe, con la intención declarada de perseverar en el empeño: JxCat y ERC, con el apoyo de las CUP. A escala nacional, una moción de censura desalojó poco después a Rajoy de la Moncloa, donde se instaló Sánchez, aupado por quienes habían tomado el camino de la sedición. Daba así comienzo oficial la política «progresista» que iba a lograr, nos decían, apaciguar a los sediciosos excitados por la intolerancia de la derecha «facha».
Han pasado tres años de romance, adoctrinamiento en las aulas y propaganda indiscriminada en TV3, sin que el independentismo haya dado la menor muestra de moderación. La única diferencia con respecto a 2017 es que todas las encuestas auguran un triunfo de sus postulados mayor aún que el alcanzado entonces. Actualmente, el bloque formado por JxCat, ERC y CUP suman 70 escaños. Los sondeos les pronostican 74. Cs y PP tenían 40. Con suerte, alcanzarán 27, contando con los de Vox. Y si metemos a Illa en ese saco, pasaremos de 57 a 55, en el mejor de los casos. Por si estos datos no resultaran suficientemente elocuentes, la alternativa al separatismo anda a la gresca entre sí. Ni en el supuesto de que lograran sumar se unirían. El PSC crece algo, sí, pero lo que más ha medrado al calor de Sánchez y su «diálogo» es el caladero donde pescan Junqueras y Puigdemont. La alternativa constitucional ha muerto. D.E.P.