En Carrara, tierra nutricia de la anarquía, vuelvo a comprobar con desolación el desconocimiento (¿voluntario?) de cierta izquierda sobre el País Vasco y los estragos del terrorismo etarra. Los encapuchados que propusieron su alto el fuego el otro día buscan mucho más dar pasto a estos ignorantes, que convencer a sus escarmentados compatriotas.
¿Qué tienen en común esculturas insuperables como David, la Pietá del Vaticano, o Moisés, además de la maestría de su creador, Miguel Ángel Buonarroti? Pues sin duda el material en que están talladas, que es mármol procedente de las canteras de Carrara. El borrascoso y genial maestro llegó a vivir ocho meses en esa ciudad toscana para elegir los bloques más adecuados para su labor artística: una vez escogidos, el resto -según él- era cosa fácil, solo había que quitar la piedra sobrante…
Pero la extracción de mármol en Carrara viene de mucho antes, porque ya los romanos utilizaban la generosidad de sus montañas. Y Dante, en el canto XX del Inferno, situó allí al adivino Aronte, el augur etrusco que profetizó el triunfo de César en la guerra civil y fue castigado por su arrogancia de vislumbrar el futuro (el único pecado que no suelen cometer los economistas): «Ebbe tra’ bianchi marmi la spelonca / per sua dimora onde a guardar le stelle / e’l mar non li era la vedutta tronca». Ahora, con medios mucho más sofisticados, se siguen cortando lonchas de la sustancia nívea y casi comestible para los ojos, fraguando un paisaje de terrazas sucesivas y acantilados albos que resulta a la vez extrañamente hermoso aunque también perturbador, como la violación de algo sagrado.
Pero Carrara no solo es la cuna ancestral del mármol, sino tierra nutricia de una idea política subversiva: la anarquía. Allí se celebró un célebre congreso sobre el tema y aún muestran la terraza desde la que habló Bakunin. La FAI tiene una sede, en cuya fachada hay una placa dedicada a Giordano Bruno, «filósofo del pensamiento libre quemado por el papado» (la pederastia clerical no es el más ardiente de los delitos que pueden reprocharse a la Iglesia). Hay una célebre librería anarquista: cuando se pregunta por su horario de trabajo, los vecinos te contestan que abren cuando quieren… como corresponde. Yo la visité un domingo a las nueve y cuarto de la mañana: en sus mostradores seguían las obras de Bakunin, Bernieri, Landauer, junto a demás nombres venerables. Me limité a comprar el último número de Umanità Nova, el semanario fundado en 1920 por Errico Malatesta.
En esa ciudad de mármoles y anarquistas se celebra cada año el festival Con-vivere, titulado en esta ocasión «Europa, quale futuro?». El director Marco Bellocchio recibió un homenaje por su cine rebelde, seguido por la proyección de Vincere, su última película hasta la fecha. Oímos a algunos de los mayores pensadores italianos actuales: Massimo Cacciari defendió una idea de Europa centrada en el invento de la filosofía como intento de comprensión racional del mundo, Remo Bodei explicó las líneas de fractura que marcan los conflictos de la historia europea y Giulio Giorello trató del caso irlandés y la tolerancia como vía para la concordia civil. Por desgracia, la imagen que ofrece hoy la Europa de las deportaciones de gitanos y otras muestras de xenofobia, la que persigue a los pobres en lugar de combatir la pobreza, es bastante menos atractiva…
Cuando llega el momento de hablar del País Vasco y los estragos que ha hecho y hace el terrorismo etarra, el último que aún dura de ciudadanos europeos contra otros europeos, uno vuelve a comprobar con desolación el desconocimiento (¿voluntario?) de cierta izquierda sobre esta plaga: otra vez sale a relucir el franquismo como coartada (¿por qué no Mussolini como justificación de Berlusconi?) y se escuchan genialidades tipo «de acuerdo, ETA ha causado 1.000 víctimas pero… ¿que me dice de los 100.000 muertos en la invasión de Irak?». Es obvio que los encapuchados que propusieron su ambiguo alto el fuego el otro día buscan dar pasto a estos ignorantes, mucho más que convencer a sus escarmentados compatriotas.
A veces siento algo de nostalgia por aquellos ideales libertarios y cosmopolitas, semiborrados ya en el mármol funerario de la historia…
Fernando Savater, EL PAÍS, 21/9/2010