La falacia motte-and-bailey fue formulada por el filósofo Nicholas Shackel y se ha traducido al español como «falacia de la mota castral».
La traducción tiene el dudoso mérito de ser aún más incomprensible que en el idioma original, así que hay que explicar a qué se refiere antes de hablar de la falacia en sí.
Esto parece un comienzo un poco aburridillo, pero acompáñenme un poco más.
Una mota castral era una fortificación compuesta por una zona llana (el castro o bailey) protegida por una empalizada o un foso, y una torre en terreno elevado (la mota) que servía como segunda línea de defensa a la que retirarse cuando los invasores conseguían penetrar el castro.
Pues bien, la falacia hace referencia a una forma de argumentar, muy habitual en nuestros días, en la que el argumentador defiende una tesis amplia (que equivaldría al castro).
Cuando esta es refutada, el argumentador se refugia en cualquier obviedad que nadie discute (la mota) y finge que eso es lo que se intenta refutar.
Vean este ejemplo:
-Hablante A: «El capitalismo occidental crea estructuras patriarcales de dominación que explican la violencia contra las mujeres porque nos convierten a todos los hombres en violadores potenciales».
-Hablante B: «Creo que es un diagnóstico equivocado, no creo que lo del patriarcado tenga fundamento, encuentro insultante ser considerado un violador potencial, y en realidad Occidente ha creado las sociedades más igualitarias del planeta».
-Hablante A: «Eres un negacionista de la violencia contra las mujeres».
Obsérvese cómo sobre un hecho que nadie discute (que hay mujeres que sufren violencia a manos de hombres) A desarrolla «en el castro» una teoría más o menos estúpida, y cuando B la pone en duda se retira «a la mota» y le lanza una piedra.
Esto de la piedra es esencial: A evita tener que explicar su teoría convirtiendo a B en un malvado. ¡A B le da igual la violencia contra las mujeres!
Previsiblemente B, achantado, abandonará el castro y así A volverá a ocuparlo, pedirá mucho dinero, y lo llenará de cursillos y seminarios.
En resumen, en España las motas se erigen actualmente sobre el pecado. Una parte de la izquierda las ha edificado sobre dogmas religiosos desde los que expulsar a los pecadores negacionistas de derechas del castro político.
Esto funciona exactamente igual con el «negacionismo climático».
Cuando alguien (aunque no dude de la existencia del calentamiento global ni de que la actividad humana influya en él) se atreve a negar que todo lo que se emprenda en su nombre sea virtuoso y correcto, recibe inmediatamente el anatema negacionista.
¡Contemplad al monstruo egoísta al que le da lo mismo destruir el planeta por no renunciar al coche privado! ¿Cómo se va uno a rebajar a discutir con él? Hay que expulsarlo.
Esto es claramente visible ahora que la sociedad asiste, aturdida y desolada, a la devastación que la DANA ha provocado. «La DANA como problema ideológico» es la tribuna que el «escritor y activista político» Daniel Bernabé publicó en El País al día siguiente de la catástrofe:
«Es importante que lo sucedido no se quede tan sólo en la estupefacción, en el miedo o en una indignación difusa; los negacionistas del cambio climático tienen un apellido político».
Es decir, la Dana es culpa de la derecha, y hay que echar a Mazón cuanto antes. Ahora mismo, cuando escribo estas líneas, escucho a un «científico» clamar en TVE que el negacionismo climático (es decir, la derecha) mata.
Hay un puñado de desaprensivos (spin doctors, propagandistas, politólogos y charlatanes diversos) que fomentan esto deliberadamente. No vacilan al polarizar y sembrar la discordia en la sociedad si esto les proporciona réditos económicos o políticos.
Pero les funciona porque una parte notable de votantes de izquierda han asumido esta visión religiosa de la política en la que a la derecha le corresponde el papel de pecador. De este modo, la democrática aceptación de la alternancia está siendo sustituida por la fanática expulsión del pecador.
Parece que en Occidente la Iglesia lucha por volver a incorporarse al Estado. Pero ahora esa Iglesia es la progresista.