- La cumbre de Samarcanda evidenció el distanciamiento de India y China respecto a Vladímir Putin. Pero a ninguno de los dos le conviene que Rusia caiga en Ucrania.
Ala Rusia de Vladímir Putin se le empieza a torcer el gesto. A los severos reveses militares de las últimas dos semanas en Ucrania se han sumado ahora los desplantes y reprimendas recibidos por el presidente ruso en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada en Samarcanda (Uzbekistán).
A diferencia del escaso eco provocado por las masacres de civiles o la destrucción de ciudades por parte de Rusia, las noticias sobre el aparente colapso de las fuerzas rusas ante la contraofensiva ucraniana sobre Járkov han generado un efecto inmediato y en cadena entre teóricos socios de Moscú como China o la India. Eurasia bulle y afrontará, probablemente, cambios geopolíticos tan profundos como los de la Europa posterior al 24 de febrero.
La OCS es un foro impulsado y liderado por China, y surgido al calor de las negociaciones de Pekín con los estados sucesores de la Unión Soviética con los que comparte frontera (es decir, con Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán), a los que se unió Uzbekistán en junio de 2001. De ahí que, con frecuencia, se la haya considerado la muestra más tangible de la entente cordiale entre Rusia y China, en particular, en Asia Central.
La OCS ha sido también un foro que ha permitido a Pekín experimentar, por vez primera, con un formato multilateral impulsado por ella misma.
Con el paso de los años, la OCS ha ido ampliándose con nuevos miembros como la India y Pakistán y, en breve, Bielorrusia; observadores como Afganistán, Irán y Mongolia; y un número creciente de socios para el diálogo que incluye a Armenia, Azerbaiyán, Camboya, Nepal, Turquía y Sri Lanka.
A estos, se suman ahora Arabia Saudí, Egipto y Catar. Y, en un futuro próximo, Baréin, Kuwait, Maldivas, Birmania y Emiratos Árabes Unidos. Todo ello, sin duda, dota a la OCS de un peso potencial considerable en el espacio eurasiático.
«China e India creen que la debilidad y posible derrota rusa generará una mayor inestabilidad regional»
No obstante, conviene tener presente que, hasta la fecha, la OCS ha tenido mucho de escaparate navideño luminoso lleno de cajas de regalo perfectamente envueltas, pero sin nada dentro. Es decir, lo que cuenta de verdad es la relación bilateral con China de cada uno de los miembros y participantes. Así, los proyectos impulsados por la organización son, en esencia, bilaterales, aunque se envuelvan en una apariencia multilateral. Ya veremos si esto cambia en el futuro y la OCS se dota de un mayor peso diplomático y solidez geopolítica propia.
Lo que es seguro es que la cumbre celebrada en Samarcanda el pasado viernes pasará a la historia de la organización. Si excluimos la celebrada en la entonces Astaná (hoy Nur-Sultán) en julio de 2005 y que Uzbekistán aprovechó para solicitar públicamente la retirada de las tropas de EEUU de su base en Karshi-Janabad (también conocida como base K2), las cumbres de la OCS no han generado demasiados titulares ni despertado demasiado interés. Es probable, de hecho, que muchos hayan oído hablar de ella por primera vez estos días.
Y si ha sido así, como decíamos, ha sido por la incomodidad mostrada por China o la India y por algunas estampas impensables hasta hace bien poco. A Putin se la ha visto visiblemente incómodo. Sin su proverbial capacidad para controlar la coreografía y los tiempos de este tipo de encuentros.
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Hasta el presidente kirguís, Sadyr Japárov, se ha permitido la osadía de hacerle esperar ante las cámaras. Y pese a que Turquía no es miembro de pleno derecho, Erdogan ha eclipsado a un empequeñecido Putin.
Con todo, eso no ha sido lo peor para el dirigente ruso. Tanto el presidente chino, Xi Jinping, como el primer ministro indio, Narendra Modi, han dejado claro su malestar con el atolladero en el que se ha metido Rusia. Por razones distintas, Pekín y Delhi contemplan con preocupación la deriva rusa de las últimas semanas. Ambos recelan de que la debilidad y posible derrota rusa genere una mayor inestabilidad regional.
Las hostilidades desatadas por Azerbaiyán contra Armenia son sólo un primer ejemplo de las tormentas que podrían desatarse a lo largo y ancho del espacio eurasiático. Son muchas las vetas de posibles conflictos cruzados de consecuencias imprevisibles.
Sólo en este escenario hay que contar con Turquía, del lado de Bakú, e Irán, del de Ereván, además de Rusia, por mucho que haya rechazado asistir a Armenia pese al acuerdo de defensa mutua que tienen suscrito en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. Otro síntoma claro de la debilidad militar y diplomática de Rusia en estos momentos.
«El combustible que alimenta el acercamiento entre China y Rusia es su común deseo de poner fin a la hegemonía de EEUU»
Y a ello cabe añadir que el gas azerí ha adquirido una renovada importancia estratégica para la Unión Europea ante el corte del suministro ruso y el hecho de que una posible intervención iraní generaría, muy probablemente, alguna reacción en Israel dada su estrecha relación con Azerbaiyán.
Antes de acudir a la cumbre de Samarcanda, el presidente Xi hizo una parada en Nur-Sultán, la capital kazaja, donde lanzó uno de los mensajes más significativos y rotundos de estos días. En un momento particularmente delicado de las relaciones entre Kazajistán y Rusia, el mandatario chino mostró su apoyo firme y explícito a la «independencia, soberanía e integridad territorial» kazaja, las reformas emprendidas por el presidente Tokáyev y su oposición «categórica a la interferencia de cualquier fuerza en los asuntos internos» de Kazajistán.
Una declaración dirigida, con total probabilidad, a quienes en Moscú abogan por someter a Nur-Sultán (en breve, de nuevo, Astaná) a una creciente presión para que se alinee sin fisuras del lado de Rusia o a quienes apuestan abiertamente por utilizar la fuerza.
Esta contundencia china en Asia Central y en su relación con Rusia resulta novedosa y llamativa. Es una muestra de la creciente confianza de Pekín ante Moscú y del peso relativo actual de uno y otro.
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Sin embargo, conviene no sobreestimar o malinterpretar el mensaje de Xi Jinping. China respalda a Kazajistán, pero no le dará la espalda a Rusia, ni mucho menos se enfrentará a ella.
El combustible que alimenta el acercamiento entre Pekín y Moscú es su común deseo de poner fin a la hegemonía de EEUU y alumbrar ese ansiado orden multipolar construido sobre un nuevo equilibrio de poder global con un Occidente disminuido estratégica y económicamente. Ese el objetivo fundamental que comparten Pekín y Moscú, y prevalece sobre otras consideraciones.
Modi también ha mostrado su preocupación. La India matiza así, en parte, lo que se ha percibido como una posición excesivamente comprensiva con Moscú, pese a su indiscutible violación de los principios más elementales del derecho internacional. Si bien la preocupación de Delhi deriva, fundamentalmente, de la posibilidad de que una Rusia derrotada y aislada caiga sin remedio en la órbita de influencia china y deje de ser un suministrador fiable de armamento, toda vez que la falta de componentes tecnológicos está causando mella ya en la producción industrial rusa.
Es decir, más que la guerra, lo que inquieta en Delhi es una posible derrota rusa y sus consecuencias. Algo que, cada día, parece más probable y cercano, y que tendrá un efecto sísmico en toda Eurasia.
*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.