Todavía existen resistencias a admitir que ETA deje de matar sin recibir un premio por ello. Y siguen sosteniendo que aunque ETA termine, el ‘conflicto vasco’ seguirá. Ése ha sido el envoltorio con el que se ha justificado durante demasiados años la existencia del terrorismo en Euskadi. Pero ya no cuaja esa simplificación perversa del ejercicio de la política.
La impericia de los comandos actuales de ETA en contraste con la tenacidad de la Policía ha provocado que la localización de uno de los mayores arsenales incautados a la banda haya acontecido este sombrío mes de febrero plagado de aniversarios dolientes. Probablemente habrá más depósitos de explosivos, pero el hallazgo en tierras portuguesas de material suficiente para preparar unos cuantos coches bomba como el utilizado en la T-4 de Barajas engorda el balance nefasto para la banda terrorista que está sufriendo detenciones, prácticamente, cada veinte días.
La noticia supone una recompensa por tanto sufrimiento. Porque febrero es un mes tan repleto de fechas luctuosas en la historia de Euskadi, tan punzante para nuestra memoria, que la localización del polvorín de ETA supone un alivio. Febrero nos devuelve a la memoria la foto fija de la evocación de tres destacados socialistas vascos que resultaron eliminados por la limpieza ideológica de los terroristas: Fernando Múgica, Joseba Pagazaurtundua y Fernando Buesa. Este fin de semana, la familia Múgica rendía homenaje en San Sebastián a quien ETA asesinó hace ya catorce años. Y hace siete, le alcanzó el mismo destino a Joseba Pagazaurtundua. Después de no pocos pasos en falso cometidos en el último intento negociador de la banda terrorista, la hermana de Joseba, Maite, lo puede decir ahora con expresa convicción. «La estrategia de los terroristas está en decadencia». Y lo manifiesta con esa contundencia porque ve los resultados de la política de firmeza contra el terrorismo.
Los mensajes de los responsables de Interior, tanto Rubalcaba como Ares, son tan claros que no dan pie a diferentes lecturas. Los delincuentes tienen que acabar en la cárcel. Todavía se oyen las voces escépticas de quienes no se tomaron en serio la advertencia del ministro Rubalcaba a finales de año, cuando alertaba del peligro de que ETA fuera a cometer atentados espectaculares. Y ahora, en el recuento de objetivos que tanto la Policía y la Guardia Civil han podido averiguar tras las detenciones, así como la Ertzaintza en su última operación, se sabe que ETA quería atacar aeropuertos, polígonos industriales y, ojo al dato, oleoductos. Por lo tanto, la existencia del polvorín de Portugal viene a dar la razón al ministro.
El hilo del ovillo que empezó a dejarse ver en la furgoneta cargada de explosivos en Zamora condujo a la pista del polvorín. Un golpe a ETA en el epicentro de su actividad. Aun así, el ministro de Interior sigue recomendando no bajar la guardia. Es más, sigue sin descartar la posibilidad de que ETA quiera cometer un secuestro. Después de todo el material terrorista incautado cabe preguntarse qué proyecta Otegi, desde la cárcel, y todos los que dicen impulsar, desde la izquierda abertzale, un debate para encauzar el desánimo del entorno de la banda. Con la intención de montar coches bomba no se pueden mantener guiños sobre la posibilidad de abandonar la violencia. Si ETA quiere seguir manteniendo su capacidad de intimidación practicando el terrorismo y no hay contestación clara desde su mundo político, la izquierda abertzale, que no es capaz de romper con el terrorismo, se va a quedar fuera de las últimas instituciones en las que todavía permanecen.
Quedan catorce meses para la próxima cita con las urnas para elegir ayuntamientos y Juntas Generales. Poco más de un año para que se clarifique de una vez si hay alguien más que Otegi capaz de ejercer alguna autoridad sobre los inmovilistas que quieren seguir impidiendo que en Euskadi se pueda vivir en libertad sin estar sometidos al pensamiento único. Les queda poco tiempo para dar un paso decidido. A estas alturas, todavía existen resistencias a admitir que ETA deje de existir sin recibir un premio por dejar de matar . Y quienes, desde los foros nacionalistas, siguen sosteniendo que aunque ETA termine, el denominado ‘conflicto vasco’ seguirá. Ése ha sido el envoltorio con el que se ha justificado durante demasiados años la existencia del terrorismo en Euskadi. Pero ya no cuaja esa simplificación perversa de la forma de entender el ejercicio de la política. Las familias de las víctimas del terrorismo que van encontrando su sitio desde que el Gobierno de Patxi López -apoyado por el PP- se ha puesto manos a la obra achicando espacios de impunidad, reclaman justicia. Y avisan por si alguien tuviera la tentación de borrar la historia de las tropelías de ETA como si aquí no hubiera pasado nada. «Tiene que haber vencedores y vencidos. Es la única forma de hacer justicia con los asesinados». Así lo reclaman los Múgica. Y los Pagazaurtundua.
Durante muchos años la metáfora de la pecera se utilizaba gráficamente para explicar por qué los terroristas de ETA se permitían una doble vida protegidos por las tupidas redes sociales que les garantizaban la impunidad y la tapadera. Como el pez en el agua. Ir extrayendo el agua de la pecera en el País Vasco ha supuesto aplicar las convicciones democráticas por encima de complicidades familiares, políticas, localistas. Y policialmente convencer a Francia de que el terrorismo no era un problema español. El pez ahora había explorado la pecera portuguesa. Pero como siguen anclados en su mundo cerrado y apolillado no se han percatado de que la pecera es tan grande que se llama Unión Europea.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 8/2/2010