José María Ruiz Soroa-El País
Sandel, que usó el caso del militar para concretar sus ideas, no puede ser calificado de liberal
En su libro sobre la justicia, el filósofo moral Michael J. Sandel presenta el caso del general Lee como un útil ejemplo para concretar algunas de sus ideas. Este militar era conocido antes de la guerra de Secesión por sus opiniones contrarias a la secesión de los Estados sureños y opuestas al esclavismo, hasta el punto de que el presidente Lincoln le ofreció el mando del ejército de la Unión cuando estalló la guerra. Pero Robert E. Lee era virginiano y prefirió obedecer a sus sentimientos de lealtad comunales. “No podía alzar la mano contra sus padres, sus hijos y su casa, su deber era compartir las miserias de los suyos”, escribió después.
Si Sandel cita este ejemplo no lo hace para describir un típico conflicto entre la razón y el sentimiento, no lo presenta como un desgarro humano entre las emociones y la idea de justicia, entre lo entrañable y lo debido, sino porque, a su juicio, muestra muy bien la existencia de dos mundos de valores que son ambos exigentes para con el ser humano: el mundo de los principios de justicia universales y abstractos, por un lado, y los de la lealtad para con la comunidad en la que cada individuo se ha formado. Y ambos son para Sandel vigentes para la conciencia desde una perspectiva moral normativa, esto es lo relevante. De forma que el desgarro no lo era entre razón y emoción, sino entre dos razones igual de obligatorias, porque la fidelidad a la propia comunidad es un deber moral del sujeto: lo que hizo el general está moralmente justificado. Moralmente. Hizo lo justo.
Claro que hay que recordar que Sandel es comunitarista, como expuso ya hace más de veinte años en Liberalism and the Limits of Justice. De manera que concibe la pertenencia a una comunidad humana contingente como un bien primario para el sujeto, como un valor moral que genera un deber de acatamiento y lealtad, independientemente de su voluntad y de su conciencia subjetiva. Cada persona se ha formado en un denso haz de relaciones humanas y culturales propios de su comunidad, no existe como sujeto completo sino en relación con ella, y por eso la comunidad tiene derechos sobre el individuo. El primer derecho es, claro, el de que los individuos respeten, mantengan y conserven los rasgos particulares y contingentes de esa comunidad.
Es discutible que la comunidad en que el ser humano ha crecido pueda exigirle obligaciones morales
El comunitarismo, como tantas otras críticas al liberalismo seco y frío del “yo abstracto”, arranca de una afirmación banalmente cierta (el individuo no existe sino como un ente socialmente creado) para llegar a conclusiones estrafalarias (la sociedad creadora —¿quién?— tiene derechos de paternidad sobre el individuo). Que el ser humano existe y actúa “en” y “desde” un determinado “mundo de vida” socialmente construido es algo que nunca han cuestionado los liberales, nunca han sido tan zafios. Pero de ahí a la afirmación de que la comunidad concreta en que el ser humano ha crecido pueda exigirle obligaciones morales, simplemente por estar ahí antes que él, va mucho trecho, y Sandel (como todos los comunitaristas) lo recorre sin justificarlo.
¿Diría Sandel lo mismo en el caso de un hipotético ciudadano estadounidense de origen alemán que en 1942 hubiera regresado al Reich para formar parte de la Wehrmacht y defender su comunidad de pertenencia? ¿Le consideraría moralmente justificado e incluso obligado, por mucho que fuera éticamente injustificable? Lo dudamos, pero es difícil entender cómo podría el individuo rechazar en tantos casos a su comunidad moral de pertenencia —o a algunos de sus rasgos— si no es desde una abstracción principialista de rango superior a cualquier comunidad, algo que Sandel no admite como posible porque arruinaría su posición comunitarista. Sin mencionar el hecho de que la misma concepción de comunidad que maneja es altamente implausible en el mundo actual, esas Gemeinschaften en que piensa quedaron arruinadas hace mucho, si alguna vez existieron.
Según la Fundación Princesa de Asturias, el premio concedido a este filósofo moral lo es porque “su obra es ejemplar sobre los fundamentos normativos de la democracia liberal”. Con todo respeto, y en virtud de lo expuesto, nos permitimos afirmar que hay un error en lo que se refiere a “liberal”. Demócrata será, pero liberal desde luego no. Porque el general Lee eligió moralmente el mal.
José María Ruiz Soroa es abogado.