El Correo-JAVIER ZARZALEJOS

Lo que los nacionalistas deben dilucidar es si Sánchez necesita tiempo o si, por el contrario, tiempo es lo que le sobra. No sea que una derrota como la andaluza se convierta en un desplome

Cuándo crees que habrá elecciones? Cuando quiera el PNV». Este es un diálogo que últimamente suelo tener con los que insisten en hacer cábalas sobre la decisión de Pedro Sánchez de convocar elecciones o agotar la legislatura. «Cuando quiera el PNV», respondo. Mis interlocutores suelen atribuir mi respuesta a la tendencia de los bilbaínos a fanfarronear aunque, en mi caso, resulte poco verosímil que haga del PNV motivo de fanfarroneo. Pero es verdad. Frente al espectáculo que ofrece Cataluña, el PNV ha cultivado hacia el resto de España una imagen de moderación y estabilidad desde la que ha determinado la política española en los últimos años. Primero, con su apoyo a la investidura de Mariano Rajoy y, después, sumándose a la moción de censura que el pasado 1 de junio convirtió a Pedro Sánchez en presidente del Gobierno. En ambos casos, el PNV ha resultado decisivo.

Pero al convertir a Sánchez en presidente del Gobierno, el PNV se ha embarcado en un viaje de riesgo mucho mayor del que podía prever. Primero por el deterioro reputacional que supone para un partido que se jactaba de hacer honor a su palabra («palabra de vasco», enfatizaba Arzalluz) echar al presidente de un Gobierno cuyos Presupuestos Generales del Estado había apoyado unos días antes. Pero hay otra razón más importante que ensombrece la apuesta nacionalista y se encuentra en una dinámica política que parece impulsar una alternativa a los socialistas con buenas posibilidades de éxito, es decir lo que el PNV quiere evitar.

En estas mismas páginas (EL CORREO, 29 de abril), el presidente del EBB, Andoni Ortuzar, justificaba su apoyo a los presupuestos de Rajoy porque «por primera vez, la alternativa al PP no iba a ser de izquierdas sino una alternativa mas de derechas y peor que el PP, que es Ciudadanos», y pedía a la «izquierda española» que rentabilizara «este tiempo que hemos ganado». Toda una lección de táctica: apoyando a Rajoy se evitaban elecciones anticipadas, así se alejaba el riesgo de que Ciudadanos superara al PP y se alzara con la primacía en el centro derecha y se daba tiempo para que el PSOE y Podemos se pusieran las pilas. De aquella explicación sólo se mantiene el interés jelkide por evitar que se anticipen elecciones, un peligro que los nacionalistas vieron que tomaba cuerpo cuando Ciudadanos dio por acabada la legislatura al conocerse la sentencia del caso Gürtel que –indebidamente– comprometía la credibilidad del testimonio de Rajoy ante el tribunal. Para el PNV, Rajoy dejaba de ser garantía de continuidad y en su lugar Sánchez se ofrecía con éxito a los nacionalistas logrando armar una ‘coalición Frankenstein’ para alcanzar el poder.

Pues bien, si ese era el cálculo del PNV, la realidad lo está poniendo seriamente en cuestión. La salida de Rajoy ha hecho visible la transformación que está teniendo lugar en grandes corrientes de opinión y en el sistema de partidos tras la quiebra del bipartidismo. Y ninguna de estas transformaciones juega a favor de los objetivos que el PNV se había propuesto con su juego táctico. Después de la moción de censura, el PP ha renovado a fondo su liderazgo y ha ganado la presidencia de la Junta de Andalucía, incluso con unos malos resultados. Ciudadanos mantiene una fuerza electoral muy apreciable, pero necesita pactar para demostrar la utilidad de sus votos; ha aparecido Vox con fuerza imprevista no sólo por los votos que ha obtenido en Andalucía, sino porque el fraccionamiento electoral revaloriza su posición de cara a futuros acuerdos que no podrán ser sólo a dos.

Para el PSOE esto es una noticia muy mala porque su radicalización izquierdista y su estrategia en Cataluña le deja condenado al monocultivo de Podemos, claramente a la baja, y a intentar onerosos pactos con los nacionalistas que es dudoso que sumen la mayoría necesaria. De este modo, comunidades autónomas y ayuntamientos casi inalcanzables para el PP en la trayectoria de declive que describía hasta ahora pueden pasar a manos del pacto entre Casado y Rivera con el compromiso por parte de Vox circunscrito esencialmente a no impedir el cambio.

Andalucía ha sido una sonora llamada de atención sobre la existencia en la sociedad española de poderosas corrientes de opinión. Son corrientes que reaccionan frente a los nacionalistas –y los que les acompañan– en la medida en que los nacionalistas han roto un paradigma político, el que asumía los pactos entre ellos y los partidos mayoritarios como una vía de integración y una fórmula de gobernabilidad aceptable aunque fuera costosa en términos de contrapartidas. Los nacionalistas han desbordado su propio cauce, en el caso catalán con su estrategia independentista, y en el caso del PNV, dictando un cambio de Gobierno. El problema de hacer de la identidad el eje de la política es que si se trata de identidad todos tenemos una.

Si a todo esto se suman los fuertes indicios de que Sánchez no remonta y de que Podemos acelera su centrifugación, el PNV afronta una decisión difícil, atrapado en su propio poder y en la apuesta que ha hecho por Sánchez, que es una apuesta perdedora, por ejemplo, para Susana Díaz. Precipitar elecciones certificaría su fracaso. Mantener a Sánchez mediante el apoyo a sus presupuestos puede resultar el mejor favor que, sin quererlo, los nacionalistas hagan a esa alternativa al PSOE que el PNV tanto teme. Lo que los nacionalistas tienen ante sí es dilucidar si Sánchez necesita tiempo o si, por el contrario, tiempo es lo que ya le sobra, no vaya a ser que una derrota socialista al modo andaluz hoy se convierta en un desplome dentro de un año. Se llama minimizar el daño.