Miquel Giménez-Vozpópuli

El PSOE dice que en la negociación con Esquerra solo existe una línea roja, el derecho a la autodeterminación. Una línea tan delgada como fácil de romper

Los socialistas, históricamente, siempre han buscado la manera de darle la vuelta a España y no por un problema de modelo u organización. Sencillamente, la idea de España no les gusta, ni su bandera, ni sus fuerzas armadas ni siquiera el idioma español. Por muchos motivos demasiado prolijos de desgranar –detrás de todo partido que emana del marxismo subyace una vocación autoritaria– el PSOE de Pablo Iglesias era vocinglero, anti patriota, anti ejército y anti monárquico y el de la malhadada II República golpista, revolucionario, desleal y acabó por llevarse las alhajas que pudo en el yate Vita hacia Méjico, que la vida siempre fue muy cara cuando uno está acostumbrado a la langosta.

Sin líneas rojas

Los socialistas no tienen línea roja alguna y habrá que insistir en ello en los próximos tiempos. Porque toda esa verborrea barata de rueda de prensa y canutazo posterior se queda en lo que es, en que por detentar el poder se hace lo que haga falta y si hay que forzar la Constitución, se fuerza. Seas de derechas o de izquierdas si es que seguimos empeñados en ese lecho de Procusto ideológico hecho para mentes débiles, el horror que experimentaría cualquiera ante la más mínima posibilidad de tocar la unidad nacional, a los de Ferraz les importa una defecación de minina pequinesa.

Alguien que negocia presupuestos con Bildu en Navarra podrá hablar de muchas cosas, pero no de líneas rojas. Así las cosas, el PSOE, Esquerra y el fet diferencial socialista, el PSC, se sentarán para acordar cómo venden a sus respectivas parroquias lo que tienen más que hablado hace mucho tiempo, el entierro de la neoconvergencia.

Todo esto para disimular que el poder es su único fin y perpetuarse en el mismo su única motivación. Y eso, concluirán conmigo, no es ser demócrata, puesto que quien siente realmente la democracia como un sistema lógico, razonable, igualitario y libre, no se cree dueño del escaño que ocupa o del cargo que, temporalmente, le ha sido adjudicado. Quien así piensa tiene alma totalitaria y aquí no valen ni líneas rojas, ni lilas, ni amarillas, ni verde fosforito.

Poco imaginaba James Jones cuando escribió la novela que da título al presente artículo y a la película de Terrence Malick basada en la misma que esa línea integrada por soldados pasaría a cobrar un significado singular en la vida política española. Como muchos sabrán, la trama gira alrededor de un hecho irrebatible: en la guerra, el soldado, más allá de patrias, ideas o demás constructos mentales, lucha solo por su propia supervivencia y por sus compañeros de unidad.

En el caso de Sánchez o Iceta, obvien lo segundo.