Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 12/8/12
Como todas las construcciones sociales que se basan en ficciones, la democracia necesita para funcionar con normalidad que los ciudadanos crean en ella. Si no sucede así, la ficción de la representación se descompone, y el mecanismo democrático, desprovisto de la piel que lo recubre, aparece en su esqueleto: unos mandan y otros obedecen. La creencia social en la democracia es tan decisiva para su pervivencia que no ha habido ningún movimiento autoritario en los últimos cien años que haya triunfado sin que antes se hubiera producido un profundo proceso de desafección social hacia la democracia como forma de gobierno.
Aunque es obvio que no afrontamos hoy en España ese peligro -la extrema derecha es aquí muy débil, por fortuna, a diferencia de en otros países europeos-, nuestra democracia vive, sin embargo, asediada por tres males que, de no ser atajados con urgencia, podrían acabar por crearnos problemas que ahora ni siquiera imaginamos.
El primero de esos males es el cinismo de los políticos, que, en una situación de grave crisis, exigen grandes esfuerzos a la sociedad, pero sin aplicarse su amarga medicina. Y no me refiero a quienes roban, sino a tantos hombres públicos que, sin violar la ley, la utilizan para obtener privilegios que son una vergüenza. ¿O no lo es que los políticos que, antes y ahora, vienen hablando de austeridad cobren más (casi el 8 % más) que al inicio de la crisis y tributen solo por el 40 % de su salario, como hacen, según publicaba ayer este periódico, los diputados del Parlamento de Galicia? ¿Genera ese increíble comportamiento confianza democrática?
Tampoco el segundo mal -el de la demagogia- ayuda a prestigiar el sistema representativo. Es posible que Sánchez Gordillo, el atrabiliario alcalde de Marinaleda, se crea Robin Hood, pero su política de asaltar supermercados, ocupar fincas o tomar bancos (su última promesa) no puede conducir más que a un callejón sin salida: el que lleva a los juzgados y a la cárcel. IU debería saber que jugar con fuego es la mejor forma de quemarse y que el incendio de la demagogia populista puede acabar achicharrando la propia democracia.
Los dos males aludidos serían menos alarmantes si la democracia española fuera capaz de hacer hoy lo que ha hecho de forma razonable durante las tres últimas décadas: aumentar el bienestar económico y la cohesión social. Pero el tercero de los males que nos asedia -la crisis y su consecuencia más dramática, el desempleo-, tienden a hacer que disminuya, y no que aumente, la confianza en el sistema, razón por la cual el cinismo de los unos y la demagogia de los otros, unidas a la imposibilidad para mantener lo conseguido, son tres bombas de relojería colocadas en el corazón mismo de esa democracia que tanto nos ha costado construir.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 12/8/12