Los que proponen planes nacionalistas y más o menos secesionistas en el País Vasco con la implícita promesa de que si son aceptados acabará la amenaza de muerte que hoy pesa sobre los disidentes. Esos sí que manipulan en su favor la violencia terrorista.
Una encuesta reciente revelaba que la mayoría de los españoles cree que los vascos no prestan suficiente apoyo o reconocimiento a las víctimas del terrorismo etarra. De inmediato, algunos próceres del nacionalismo han proclamado que se trata de un triste error, inducido por la propaganda mediática y quienes manipulan a las víctimas. Hay que ser caraduras. Hace quince o veinte años las víctimas no sólo no eran reconocidas ni apoyadas por la sociedad vasca en general (salvo las contadísimas salvedades que siempre hay que hacer), sino que quedaban estigmatizadas por la agresión que habían sufrido. Se les rehuía, se les hacía el vacío: los más ‘cariñosos’ les recomendaban a ellos y a sus familiares que pusieran tierra por medio cuanto antes. Los vecinos de su inmueble expresaban el malestar que les causaba una proximidad que podía acarrearles daños colaterales: ¿a ver si vamos a pagar justos por pecadores! Y como de pecadores se trataba, los clérigos pasaban de largo ante las concentraciones de protesta por los secuestros o les negaban misas y funerales a los asesinados. Hay cientos de testimonios de víctimas -no dos o tres- que corroboran este abandono…e incluso actitudes peores.
Las cosas han mejorado indudablemente poco a poco, gracias a los esfuerzos de grupos cívicos y al compromiso de algunos políticos de los partidos constitucionalistas, capaces de superar sectarismos y enfrentarse juntos al peligro común. Todos ellos han tenido que pagar un alto precio en seguridad personal, en insultos y descalificaciones (se dedicaban a ‘crispar’, empeoraban las cosas, no tendían puentes, etcétera), incluso en marginación dentro de sus respectivas formaciones. Para qué insistir, es ya de sobra sabido que quienes tanto han mirado para otro lado nunca han perdonado del todo a los primeros que les obligaron a contemplar lo que ocurría…aunque ahora intenten convencernos de que fueron ellos pioneros en denunciarlo.
Aún así, el apoyo y el reconocimiento distan mucho de haberse hecho realmente generales en esta sociedad. Todavía está por ver a cargos públicos nacionalistas participando en un homenaje a los profesores universitarios amenazados, por ejemplo, como el que tributaron al último excarcelado de ‘Egunkaria’. Y no hay más que comparar las reacciones ante el atentado del 11-M en Madrid con lo que estábamos acostumbrados a ver en otros casos. Contra el crimen de los islamistas protestó hasta Arnaldo Otegi; lucieron crespones negros equipos de fútbol que jamás habían querido solidarizarse con las víctimas de casa, cantaron orfeones que ante otros crímenes permanecieron afónicos, pusieron emblemas conmemorativos a ocho mil metros de altura alpinistas que nunca lo habían hecho cuando mataron a sus vecinos, etcétera. Incluso un músico que lleva treinta años cantando en euskera grabó un disco en castellano para homenajear a la víctimas del tren de Atocha, lo que si no me equivoco no había hecho antes cuando asesinaron a euskaldunes. No es difícil explicar este contraste de comportamientos frente a unos y otros atentados. Se trata, como casi siempre, de que la gente quiere ser todo lo buena que pueda…pero sin buscarse problemas.
Y por tanto es mucho más gratificante pronunciarse contra el horroroso atentado de Madrid que contra los también espantosos que llevan tanto tiempo produciéndose en el País Vasco. En primer lugar, los terroristas islámicos carecen de apoyo político en nuestro país: ningún grupo influyente o representativo respalda ni de lejos a Al-Quaida (¡de momento!) y por tanto denunciar sus fechorías no concita más que parabienes, ya que nadie se da por aludido. Si alguna formación política es culpable de sus atrocidades será el PP de Aznar y su política belicista junto a Bush en Irak, la cual puede ser denunciada sin peligro de muerte. El caso de ETA es muy diferente: tienen valedores incluso parlamentarios (pese a la Ley de Partidos) y muchos de quienes condenan la violencia sienten simpatía por los violentos (son buena gente, que padece en la cárcel por culpa de la intransigencia española y francesa) y a lo más que llegan es a decir que ‘ETA sobra’, como si fuera la tercera rueda de una bicicleta que ya se sostiene bien sin ella ahora por fin…aunque siempre habrá que agradecerle los servicios prestados.
En segundo lugar, que quizá para muchos sea el primero, los islamistas matan a bulto (o sea que tienes las mismas posibilidades de que te agredan denunciándoles o guardando silencio), mientras que los etarras cultivan la puñetera manía de apuntar el nombre de quienes les llevan la contraria y a veces castigarles por ello. Les sorprendería a los más ingenuos de ustedes conocer la cantidad de artistas plásticos, actores, cocineros, deportistas y enanos de circo que se sienten agobiados ante la mera posibilidad de ser inscritos aunque fuera muy abajo en esta lista negra. Botón de muestra: cierto celebradísimo pintor catalán retiró su firma de un manifiesto condenando a ETA porque se habían encontrado un petardo cerca de Chillida Leku y temía que su propia fundación en Cataluña padeciese un bombardeo semejante. Moraleja: apoyemos a las víctimas siempre que los terroristas no tengan amigos influyentes entre nosotros ni libreta de direcciones en la que tomar nota del nombre de sus denunciantes.
Yo no sé si hay gente que manipula a las víctimas del terrorismo. Lo que tengo claro es que hay quien manipula en su favor la violencia terrorista: son los que proponen planes nacionalistas y más o menos secesionistas en el País Vasco con la implícita promesa de que sí son aceptados acabará la amenaza de muerte que hoy pesa sobre los disidentes. El lehendakari acusa a quienes en estas condiciones se niegan a aceptar una consulta popular anticonstitucional de tener «miedo a la democracia». Pero él rentabiliza por su parte la democracia del miedo, que obligaría a muchos en dicha consulta a optar no por lo que desean que pase sino por lo que creen que evitaría que les pase lo que no desean. Y eso, señor Ibarretxe, no es verdadera democracia sino aprovechar el más democrático de los sentimientos, el pánico a padecer si no se obedece prontamente.
Recientemente, Iñaki Anasagasti ha publicado en ‘Deia’ (22 de agosto) un interesante artículo titulado ‘¿Querríamos un Chávez en Ajuria Enea?’. En él condena elocuentemente los procedimientos del líder venezolano, que ha movilizado con discursos demagógicos a la población empobrecida y atemorizada del país con una política que enfrenta a la ciudadanía, utilizando los procedimientos aparentemente más democráticos para respaldar a un régimen que está lejos de serlo. Y denuncia con vigor a los antiamericanos y anti Bush profesionales que le celebran como a un libertador. Comparto mayoritariamente su análisis, pero me sorprende que no vea el paralelismo que guarda en parte con lo que nos ocurre en Euskadi. Porque aquí tenemos también antiespañolistas y anti Aznar profesionales, capaces de apoyar cualquier referéndum falsamente democrático y basado en el miedo que se nos proponga, mientras ETA sigue tutelando de un modo u otro nuestra política. Y en efecto, lo que la oposición democrática en Euskadi quiere evitar es instalar un Chávez en Ajuria Enea. Lo cual estamos viendo que no va a resultar fácil, mientras no concluya la democracia del miedo que algunos confunden con el miedo a la democracia.
Fernando Savater, EL CORREO 5/9/2004